Por: Alejandra Salgado Romero

“En la muerte, final natural al género humano, se encierra una de las preocupaciones que han afligido a la humanidad en todos los tiempos y culturas del mundo”

Está próxima la celebración del “Día de Muertos”, una festividad protagónica de nuestro bagaje cultural. De forma hasta sorprendente para el resto del mundo, en México no vemos como un evento triste esta celebración, y por ello, -más allá de las lágrimas y el dolor-, la percibimos como una visita amable y cordial de los “files difuntos” a sus parientes. La hospitalidad de quienes instalan ofrendas a sus muertos es exagerada, cada familia se esfuerza por deleitarles con todo lo que les gustaba: comida, bebida y objetos personales. Eduardo Merlo escribió, al respecto, que “Según la creencia de la civilización mexicana antigua, cuando alguien muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal. Dioses benevolentes crearon este recinto ideal que nada tiene de tenebroso y es más bien tranquilo y agradable, donde las almas reposan plácidamente hasta el día, designado por la costumbre, en que retornan a sus antiguos hogares para visitar a sus parientes. Aunque durante esa visita no se ven entre sí, mutuamente ellos se sienten”.

En nuestro país, desde los días finales de octubre, se respira ya el olor del incienso y cempasúchil…. de acuerdo a Mary J. Andrade, -investigadora y fotógrafa-, las particularidades de la llamada “celebración de Muertos” varían de un lugar a otro en México, pero se respeta el mismo patrón: dos días de celebración, el 1º. de noviembre (en memoria de los Santos Inocentes) y el 2 de noviembre a los difuntos adultos. Anticipadamente, –comenta Andrade-, se genera toda una fiesta en los mercados, pues la gente se prepara comprando lo necesario para la elaboración de los altares: calaveras de azúcar, manteles de papel picado de vivos colores, flores de cempasúchil, nube y terciopelo, dulces, pan, frutas, velas y los ingredientes para la comida de sus difuntos. Las y los mexicanos nos dedicamos a vivir una celebración que data de épocas remotas, pues ha llegado el tiempo de esperar la visita de quienes se nos han “adelantado en el camino”-

De forma general, de acuerdo a las tradiciones, en toda ofrenda deben estar presentes los cuatro elementos primordiales de la naturaleza: agua (para que las almas sacien su sed después del largo camino hasta el altar), tierra (representada por la fruta), viento (representado por objetos que se muevan como el papel de china) y fuego (representado con las velas). Cada ofrenda constituye todo un rito respetuoso en memoria de los difuntos y tiene el propósito de invitar a los espíritus a visitar a su familia: se honra a las almas con la comida y la bebida, se colocan sus objetos favoritos para que los disfruten durante su visita…. la sal que purifica y el copal para guiar a las almas por el olfato, así como la flor de cempasúchitl, regada desde la puerta hasta la ofrenda, les muestra el camino y se procura que siempre haya algún familiar esperando la llegada de sus seres queridos fallecidos, como muestra de cariño y respeto.
En muchas escuelas y organizaciones se organizan concursos de decoración de altares de muertos y de las ya conocidas “Calaveritas”, – versos humorísticos sobre personas vivas, a través de los que la muerte personificada bromea con la persona, haciendo alusión sobre características peculiares de la misma-. Una de las características de esta festividad, -en algunos lugares-, es la elaboración de tumbas, una tradición significativa, peculiar y original, que consiste en realizar una representación escenográfica de cómo ocurrió la muerte del difunto/a. Por ejemplo, en nuestra ciudad, -Iguala, Guerrero-, quienes tuvieron el infortunio de perder a un ser querido, convierten su sala o entrada principal en una gigantesca maqueta del lugar en que ocurrió el deceso, acompañada de la fotografía y textos que narran aspectos significativos de la vida y muerte del difunto, y la población en general es recibida para admirar y disfrutar de las tumbas en toda la ciudad, que representan un homenaje póstumo a la memoria de quienes nos acompañaron en vida, brindándonos alegría, enseñanzas y amor.

Una de las cosas más interesantes de esta celebración es la unión de la religión católica y las culturas prehispánicas. Mucho antes de la llegada de los españoles, algunas etnias indígenas celebraban rituales en honor a la vida de sus antepasados en llamado “Día de Todas las Almas”. En el Siglo XVI, se unieron las dos celebraciones y empezaron a celebrar el Día de Muertos. Desde esos tiempos, la idea de que los seres tienen una esencia, también aplicaba para las cosas; por ello, al poner los platillos, bebidas, dulces y menesteres más apreciados por los muertos, se espera que al lleguen a disfrutar de ellos, llevándose su esencia.

Sobre esta importante tradición, es importante reflexionar que, -a pesar de que algunas prácticas católicas se impusieron-, muchos elementos de las costumbres prehispánicas permanecen hasta nuestros días; por ejemplo, las ofrendas: elemento prehispánico para dar bienvenida a los difuntos. En nuestro contexto, -retomando nuestras tradiciones, después de una pandemia que trastocó todos los aspectos de nuestra vida-, es imperativo que vivamos nuestro Día de Muertos como una tradición que une dos cosmovisiones muy distintas, destacando los elementos prehispánicos que siempre servirán para honrar a nuestros ancestros/as.

Les deseo una semana excelente y agradezco sus aportaciones y/u opiniones a través del correo alexaig1701@live.com.mx.

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