Los desastres no son naturales

Por: Alejandra Salgado Romero

“La ciencia a través de sus académicos e investigadores puede apoyar para planear una reconstrucción que priorice el bienestar de las personas, garantizando los derechos humanos y la sustentabilidad del desarrollo incluyente, además de una visión de largo plazo, elementos necesarios si queremos estar preparados para lo que no se puede detener”

Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima (REDCiC)

Lo ocurrido en Acapulco en fechas recientes, debido al huracán Otis, ha generado una verdadera situación de emergencia en nuestro puerto… el más bello del mundo, pues ha dejado graves y múltiples afectaciones. De acuerdo con el Centro Meteorológico Especializado de la Organización Meteorológica Mundial en Miami, Otis tocó tierra cerca de Acapulco con vientos máximos sostenidos de 265 kilómetros por hora (km/h0, un escenario que fue calificado como “de pesadilla” para el sur de México, pues el huracán se intensificó explosivamente en 24 horas. Por ello, es importante reflexionar sobre lo que ha expresado de forma reiterada la comunidad científica, pues no se trata únicamente de daños materiales, sino de pérdidas humanas… y de un escenario que, desafortunadamente, se repite con mayor frecuencia. De entrada, hemos escuchado ya que los desastres no son fenómenos naturales, sino eventos construidos socialmente, cuyo origen se encuentra en la falta de planeación histórica, la urbanización desordenada, las condiciones de desigualdad, pobreza e inseguridad; en palabras de quienes integran la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima (REDCiC): “Los impactos del cambio climático deben entenderse como una violencia incremental estructuralmente determinada por las relaciones internacionales de poder y control que afectan más agudamente a quienes menos contribuyeron a niveles peligrosos de emisiones antropocéntricas de gases de efecto invernadero. Los llamados a compensación o reparación por “pérdidas y daños” son, por lo tanto, una demanda de justicia climática”.

Ante esta realidad, es imperativo que los Gobiernos de todos los países asuman un esfuerzo extra y coordinado para construir acciones efectivas a escala global, con una visión solidaria que reconozca y asuma de forma concreta las contribuciones diferenciadas a la crisis climática, pero también la existencia de capacidades asimétricas, pues está demostrado que son las comunidades más pobres, las que tienden a experimentar los mayores estragos y las que son menos resilientes, por lo que deben ser las que reciban atención en primer lugar. También, en voz de expertos/as, se hacen necesarias, -más que nunca-, políticas públicas integrales que consideren al cambio climático como elemento transversal, en la práctica, en los presupuestos y no sólo en los discursos o campañas electorales.

Con respecto a lo sucedido en Acapulco, las y los especialistas han explicado ya que la intensificación rápida de los huracanes (es decir, que estos incrementen su velocidad de desplazamiento en torno a 55 km/h en menos de 24 horas), es un fenómeno inusual; en el caso de Otis, que escaló 111 km/h en ese lapso, se rompieron récords. Por ello, debemos considerar que las condiciones oceánicas en el Pacífico mexicano cerca de las costas del estado de Guerrero, que se encontraban con temperaturas más cálidas de lo usual (31 grados centígrados, cuando suelen ser de unos 28 grados centígrados) y gran contenido de calor oceánico, pueden haber influenciado la evolución de Otis justo antes de que su centro tocara tierra. Otro dato relevante es que los huracanes y tormentas han mostrado debilitarse antes de llegar al continente, sin embargo, Otis tocó tierra con vientos máximos sostenidos de 265 km/h, en lo que el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos describió como un “escenario de pesadilla”. Lo verdaderamente alarmante es que la comunidad científica sostiene que este fenómeno de intensificación puede volverse más frecuente a medida que el calentamiento planetario se acelera.

Por lo anterior, y de acuerdo con la REDCiC, estamos obligados a modificar, actualizar y reforzar los sistemas de monitoreo, alertamiento y los protocolos de protección civil. Sin duda, es urgente que nuestras Autoridades actúen e implementen medidas concretas de mitigación y adaptación, modifiquen planes de desarrollo urbano, reglamentos de construcción e invertir en infraestructura adecuada, así como establezcan políticas públicas de combate a la desigualdad, construyendo mayor resiliencia en las comunidades, comenzando por las más vulnerables y considerando cuestiones de género, pero lo primordial es que partamos de reconocer que los desastres no se generan por acciones naturales, sino por cómo los seres humanos interactuamos con el entorno.

Ahora bien, como ciudadanos/as, mucho podemos hacer, puesto que preservar, proteger y restaurar el medio ambiente es una tarea impostergable y que es colectiva… y que debe iniciar con un profundo respeto hacia nuestra casa común, la tierra. Además, tenemos que ocuparnos y capacitarnos para responder ante un fenómeno natural que represente una amenaza para nuestra salud y/o vida, pues más allá de la responsabilidad gubernamental, está demostrado que nos hace falta mucho conocimiento sobre cómo prevenirnos y cómo reaccionar en una situación como la que enfrentaron nuestros hermanos y hermanas en Acapulco y Costas. Por último, hago un respetuoso llamado a la solidaridad responsable, a actuar con empatía, a participar con base a nuestras posibilidades en una necesaria reconstrucción de nuestro puerto, que incluye, por supuesto, ser sensibles y empáticos/as ante las necesidades de quienes ahí habitan y participar a través de los diversos centros de acopio en donar lo que podamos, dar asilo a quienes así lo necesiten o bien, participar en las diversas brigadas que se están organizando para brindar consultas médicas, llevar a cabo jornadas de limpieza, entre muchas otras acciones.

Les deseo una semana excelente y agradezco sus aportaciones y/u opiniones a través del correo alexaig1701@live.com.mx.

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