Por: Carlos Martínez Loza
Iguala, Guerrero, Mayo 10.- Como negro ángel del Apocalipsis es considerado por muchos el discurso populista. Acercar el adjetivo ‘populista’ a una alocución es estigmatizar un discurso “que hace creer que las soluciones que propone son las únicas posibles y fáciles de implementar, que harán milagros y no tendrán ninguna consecuencia negativa.” (Plantin, 2020).
Para Patrick Chaureadeau el discurso populista utiliza una estrategia destinada a crear una opinión pública favorable a un líder político, ya sea en la etapa de conquista de poder, de mantenerlo o justificarse. El discurso populista se construye sobre una escenografía tríadica que se corresponde con tres momentos discursivos: 1) describir el estado actual del desorden social que sufren los ciudadanos y determinar la fuente del mal; 2) denunciar a los responsables que permitieron y consintieron ese mal y 3) defender los valores que deben volver a instalarse en el bienestar de los ciudadanos. A lo anterior, el orador populista se muestra como salvador mesiánico de esos valores y sigue en su narrativa una doble lógica simbólica: una sociedad ideal, que él va a lograr, y la descripción de los medios para lograrla.
Necesariamente, el discurso populista plantea la antigua cuestión de la veracidad: ¿Un discurso populista es siempre falso? ¿Cómo saber si lo es o no? Los tres momentos discursivos pueden aportarnos algunas condiciones de verdad para pensar la respuesta: corrección en la descripción del estado actual de la sociedad, identificación de las causas verdaderas del problema y la viabilidad práctica de los medios para restablecer el orden perdido.
Plantin afirma que los detractores del discurso populista oponen el discurso de la verdad, del justo medio o del rigor: “Si usted vota por mí, tendrá sangre, sudor y lágrimas”. Es decir, habría un principio ético que nos conminaría a decir la verdad sin importar que ello suponga alejar el voto del ciudadano. Pero se dirá que eso es impensable, imposible e indeseable, cuando justamente de lo que se trata es de hermosear el ethos o imagen del orador por medio de sus palabras.
Sería extrañísimo imaginar una campaña política con eslóganes que anoten secamente: “Si usted vota por mí, colmaré su alforja de pobreza e injusticia”, “Si usted vota por mí, mancillaré hasta lo oscuro su dignidad más íntima”, “si usted vota por mí, lacerare sus derechos hasta lo más impúdico del mundo”, “si usted vota por mí, verá el pueblo el trágico escenario de los hospitales, la soledad de la luna y la larga sed, “si usted vota por mí, haré polvo la historia, polvo el polvo, mi cuarta transformación será tu cuarto círculo del infierno de Dante, y antes que se apague el día te venceré y te borraré.”