Por: Jorge Albarrán Jaramillo –
Enviado Especial


Ciudad del Vaticano, Mayo 10.- Bajo las pinturas imponentes de Miguel Ángel plasmadas en la Capilla Sixtina, el Papa León XIV aseveró que hoy más que nunca debe haber una Iglesia valiente ante la tormenta que nos acosa, una Iglesia que esté anclada no en el mármol, sino en la fe viva de Cristo. La misión comienza ahora.


El Pontífice pronunció este viernes su primera omilía ante el Colegio Cardenalicio, en un tono firme, a veces poético y por momentos severo. Consciente de la atención del mundo entero sobre su figura, el Santo Padre no eludió los temas incómodos de la modernidad y trazó, con palabras intensas, el rumbo que espera su pontificado y consecuentemente la Iglesia Católica.


“Hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se tiene por un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes”, lamentó. Su voz, grave y serena, resonó con fuerza en la Capilla Sixtina al señalar que hay “Contextos en los que se prefieren otras seguridades distintas a las que la fe propone, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer”.


La omilía, pronunciada ante los cardenales que días antes lo eligieron como sucesor de Pedro, fue más que un discurso ceremonial, un llamado a resistir el desprecio y la indiferencia. “Hablamos de ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio —dijo— y donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, y a lo mucho, se le tolera y compadece”.


Sin rodeos, el Pontífice denunció una sociedad herida por la falta de fe: “Precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente”, afirmó. “La falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad”.


Tampoco esquivó una autocrítica al interior de la Iglesia. Con tono dolido, advirtió que incluso entre muchos bautizados se ha desdibujado el rostro de Cristo: “No faltan tampoco los contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre, y esto —alertó— no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”.

El clímax del mensaje llegó cuando León XIV habló de su misión como nuevo obispo de Roma. Con humildad y sentido espiritual, reconoció el peso del encargo recibido: “Dios, de forma particular, al llamarme a través del voto de ustedes a suceder al primero de los Apóstoles, me confía este tesoro a mí”, dijo y agregó, “para que, con su ayuda, sea su fiel administrador en favor de todo el Cuerpo místico de la Iglesia”.


Finalmente, evocó una Iglesia no sustentada en la piedra, sino en la fe viva de su pueblo: “Que esta sea cada vez más la ciudad puesta sobre el monte, arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo. Y esto —remató— no tanto gracias a la magnificencia de sus estructuras y a la grandiosidad de sus construcciones, como los monumentos en los que nos encontramos, sino por la santidad de sus miembros, de ese pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz”.

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