AMLO, el maximato y el factor Ebrard
Por: Efraín Flores Iglesias
“El que se mueve no sale en la foto”. Esa era la antigua regla de la política mexicana para escoger al presidente. El personaje que se autodestapaba diciendo que aspiraba a la Presidencia de la República, quedaba en automático descartado para suceder en el cargo al que en ese momento detentaba el poder en el país.
Hoy por hoy, las cosas son diferentes. “El que no se mueve, y rápido, se queda fuera de la contienda”. Así de simple. Así de claro. Así de radical.
Y con la “Cuarta Transformación”, ni se diga.
La diferencia es que el destapador (Andrés Manuel López Obrador) adelantó la sucesión presidencial tres años antes de concluir su mandato, y destapó a sus corcholatas sin importarle violentar la ley electoral.
Tampoco le importó (ni le importará) respetar al árbitro electoral (Instituto Nacional Electoral/INE), porque al igual que el rey francés Luis XIV, cree que el Estado es él.
Para el presidente López Obrador la elección de 2024 ya está decidida. Y será –según su lógica, deseo y obsesión– una de las corcholatas que destapó y que se placean desde hace varios meses en todo el territorio nacional.
Aunque presume ser demócrata y respetar al pueblo, lo cierto es que impondrá como candidato de Morena a la corcholata que se comprometa continuar con su proyecto de nación y reformas; alguien muy cercano a él y que le haya demostrado lealtad a ciegas… alguien que no pacte con los conservadores y/o neoliberales.
Y lo dejó muy en claro el pasado sábado durante la conmemoración del 85 aniversario de la Expropiación Petrolera, evento que también utilizó para mandarle mensajes a sus adversarios del PRI, del PAN y del PRD, así como a los congresistas norteamericanos que lo han cuestionado por no combatir con firmeza a los cárteles del narcotráfico que inundan de fentanilo a varias ciudades de Estados Unidos y que provoca miles de muertos al año.
“Si alguien zigzaguea, no es parte de este proyecto”, dijo.
Y advirtió que no repetirá el error del general Lázaro Cárdenas del Río en la sucesión presidencial de 1940, quien en lugar de elegir como su sucesor a su amigo, paisano michoacano y leal colaborador, el general Francisco J. Música, decidió finalmente darle su respaldo al general Manuel Ávila Camacho, un personaje moderado y que no representaba la continuidad de su proyecto reformista.
Francisco J. Mújica se disciplinó y Ávila Camacho ganó una controvertida elección ante el guerrerense Juan Andrew Almazán, la “corcholata” de esa época que se atrevió a revelarse al poder presidencial y obtener la simpatía de millones de mexicanos que no veían bien el gobierno de corte socialista que encabezaba Lázaro Cárdenas.
El presidente Andrés Manuel López Obrador no tolera a los moderados, porque, según él, son proclives a pactar con la derecha y en reconstruir lo que él ha desbaratado.
Todos los políticos tienen o deben tener un Plan B, y el presidente tiene a dos corcholatas favoritas: la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández. En ese orden.
El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón, no forma parte del grupo de los radicales, sino de los moderados, ya que su discurso no es de confrontación, sino de reconciliación nacional.
El mensaje es claro: Ebrard no está en el ánimo del inquilino de Palacio Nacional. Y eso que es su “carnal”.
López Obrador quiere como su predecesor en el cargo a Sheinbaum, y no a Marcelo. Y si a Claudia se le cae otra vez el Metro, elegirá a su amigo y paisano Adán Augusto… el otro López.
Después de anunciar a sus fieles seguidores que no cometerá el error del presidente Lázaro Cárdenas, el semblante del canciller cambió totalmente. De hecho, ya no sonrió y dejó de aplaudirle al presidente.
La conmemoración del 85 aniversario de la Expropiación Petrolera fue utilizado por López Obrador para dejar en claro que ya tiene perfilado quien será el abanderado de Morena y su posible sucesor. Al buen entendedor, pocas palabras.
Marcelo Ebrard conoce muy bien a López Obrador y sabe que tiene en contra al círculo radical que rodea al presidente. Y también está consciente que tiene millones de simpatizantes, tanto en Morena como en otros partidos.
En 1987 y consciente de que no era el favorito del presidente Miguel de la Madrid Hurtado, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano decidió junto con Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez fundar la Corriente Democrática al interior del PRI, renunciando posteriormente a ese instituto político y contender por la Presidencia de la República a través del Frente Democrático Nacional (Partido Popular Socialista, Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, Partido Social Demócrata, Partido Verde Mexicano y el Movimiento al Socialismo).
Cárdenas Solórzano hizo temblar al PRI y a su candidato, el economista Carlos Salinas de Gortari, quien finalmente ganó la elección a través de un fraude orquestado desde Palacio Nacional.
Marcelo Ebrard tiene dos opciones: o sigue formando parte de un proyecto en el que no tiene futuro, o se arma de valor y lucha por sus ideales junto con otros actores políticos y sociales que quieren un mejor rumbo para México y no un maximato. Veremos si se atreve.
Debe quedar claro que AMLO no es Lázaro Cárdenas del Río. Ni Ebrard es Manuel Ávila Camacho. Como tampoco Sheimbaun y Adán Augusto son Francisco J. Mújica.
El presidente podrá gritar a los cuatro vientos que admira y sigue el ejemplo de Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, pero en los hechos es un aprendiz de dictadorzuelo… un émulo del general Plutarco Elías Calles, ya que pretende seguir siendo el jefe máximo de la 4T y ser el poder tras el trono. Es cuanto.
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