Por: Netza I. Albarrán Razo
Enviado especial
Ciudad del Vaticano, Abril 29.- La elección de un nuevo Papa es uno de los acontecimientos más solemnes y tradicionales de la Iglesia Católica. Este proceso, que se lleva a cabo a través de un Cónclave, combina siglos de rituales, simbolismos y secretos para designar al líder espiritual de más de mil 390 millones de fieles en todo el mundo.
La palabra «Cónclave» viene del latín «cum clave», que significa «con llave». El nombre refleja una antigua práctica iniciada en el siglo XIII, cuando los cardenales electores eran encerrados bajo llave hasta llegar a un acuerdo sobre quién podría ser el nuevo pontífice. Esta medida que ya se ha convertido en tradición, se inició tras la muerte del Papa Clemente IV en 1268, cuando la “sede vacante” se prolongó casi por tres años. Los ciudadanos de Viterbo, en donde se llevaba a cabo el Cónclave en aquella época, cansados de la demora, encerraron a los cardenales y hasta racionaron su comida para forzar una decisión. Desde entonces, el aislamiento del Cónclave se convirtió en una tradición.
Hoy en día, el Cónclave se celebra en la Capilla Sixtina del Vaticano. Participan todos los cardenales menores de 80 años, quienes son conocidos como cardenales electores. El proceso inicia tras una Misa especial, seguida del encierro de los participantes dentro del recinto. A partir de ahí, se realizan hasta cuatro votaciones diarias, dos por la mañana y dos por la tarde, hasta que uno de los candidatos obtenga al menos dos tercios de la votación.
Uno de los símbolos más reconocibles del Cónclave es el humo que sale de la chimenea que se instala en la Capilla Sixtina. Este humo comunica al mundo exterior el resultado de la votación. Si no se logra durante la votación una elección, se exhala humo negro, si por el contrario, resulta elegido el nuevo Papa, entonces surge el humo blanco.
Para generar el humo se queman las papeletas sobre las cuales cada cardenal plasmó su voto. En el caso de que se tenga que anunciar humo negro, éstas se queman junto con sustancias como perclorato de potasio, antraceno y azufre. En cambio, cuando se emite el humo blanco, se usa clorato de potasio, lactosa y resina de pino. En años más recientes, se ha utilizado una máquina adicional para asegurar la claridad del color del humo y evitar confusiones entre los fieles y medios de comunicación, puesto que en el pasado llegó a haber confusiones por la salida de un humo que se veía grisáceo, generando incertidumbre entre los asistentes.
Al anunciarse el humo blanco, las campanas de la Basílica de San Pedro también son repicadas. Poco después, el cardenal protodiácono sale al balcón central de la Basílica de San Pedro y presenta al mundo al elegido con la emblemática frase “Annuntio vobis gaudium magnum, Habemus Papam! Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum [nombre del cardenal elegido], Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem [apellido], qui sibi nomen imposuit [nombre papal]”, que en español significa “Les anuncio una gran alegría, ¡Tenemos Papa! El eminentísimo y reverendísimo señor, el señor [nombre del cardenal elegido], cardenal de la Santa Iglesia Romana [apellido], quien ha tomado el nombre de [nombre papal].
Posteriormente aparece el cardenal elegido ante la Plaza de San Pedro que estalla en júbilo, al presenciar por primera vez al nuevo Pontífice. En seguida, realiza su primera bendición Urbi et Orbi («a la ciudad de Roma y al mundo”).
Cabe destacar que el Cónclave es un evento profundamente reservado. Los cardenales hacen un juramento de secreto absoluto, y cualquier violación puede ser castigada con la excomunión. Además, durante el Cónclave, se desconectan medios de comunicación, teléfonos celulares y cualquier otro dispositivo que pudiera romper el aislamiento, pues la tradición señala que los cardenales no deben permitir que su voto sea influenciado por factores externos, pues la única fuente de inspiración debe ser la comunión con el Espíritu Santo.
El Cónclave se celebra en la Capilla Sixtina de manera oficial desde 1878, durante la elección del Papa León XIII (Gioacchino Pecci), sin embargo, antes de que existiera el Cónclave como lo conocemos hoy, la elección de los Papas era un proceso mucho más informal y variado, dependiendo en gran medida de las circunstancias políticas, sociales y religiosas de cada época.
Durante los siglos I al III, el Papa era elegido principalmente por el clero de Roma y por el pueblo cristiano romano. Era más un consenso espontáneo entre sacerdotes y fieles que una elección formal. No existía un cuerpo de cardenales ni procedimientos establecidos.
Tras la legalización del cristianismo por Constantino en el siglo IV, los obispos cercanos a Roma empezaron a tener más peso en la elección. Aun así, la participación del pueblo seguía siendo importante, y a veces generaba tumultos o conflictos si había división.
A partir del siglo V la intervención de emperadores romanos y posteriormente de reyes se volvió frecuente. A veces, los soberanos aprobaban o vetaban a los candidatos, y en otras ocasiones incluso imponían directamente al nuevo Papa.
Durante los siglos VI al IX, la elección del Papa fue progresivamente restringida al clero romano, y posteriormente al alto clero, especialmente a los cardenales y obispos. A pesar de esta limitación, los laicos, en particular la nobleza romana, continuaban ejerciendo una influencia considerable en el proceso de selección.
En el año 1059, con la Reforma de Nicolás II, se estableció que sólo los cardenales, que en ese momento eran principalmente obispos, tendrían el derecho de elegir al Papa. Esta reforma fue un hito crucial, ya que formalizó la creación del Colegio Cardenalicio como el órgano encargado de llevar a cabo la elección papal, reduciendo de manera significativa la intervención de autoridades laicas.
A partir de 1274, durante el Concilio de Lyon II, y tras años de elecciones papales prolongadas y caóticas, se impuso la obligación de encerrar a los cardenales durante el proceso electoral. Esta medida dio origen al Cónclave como institución formal, regulando de manera más estricta el procedimiento para evitar presiones externas y acelerar la designación de un nuevo pontífice.