Por: Álvaro Venegas Sánchez
Por las buenas y malas obras o acciones se recuerda a los gobernantes. Prevalecen en la memoria de la gente no tanto por lo que dijeron sino por lo que hicieron en su tiempo. Para ellos hablan los informes que rindieron; para la ciudadanía, son perennes en razón de los hechos que beneficiaron o dañaron a la mayoría de la sociedad. De eso depende el sitio de honor o de deshonra en que se les ubica respetivamente en la historia de México por ejemplo Antonio López de Santa Anna, Porfirio Díaz, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas.
Ocurre exactamente así con los mandatarios de los cinco sexenios anteriores al actual. Al margen de filias y fobias políticas, sabemos, legaron un México sin más perspectivas que empobrecimiento, exclusión y desigualdad social. Ya en otras colaboraciones he comentado en este espacio la marca de tales gobiernos. Por tanto, estimo, podemos recordar cual fue el legado de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Obviamente, después del 2024 igual recordaremos a Andrés Manuel López Obrador por la huella que deje su gobierno.
En esta ocasión, quiero referirme casi como catarsis a la conferencia mañanera del jueves 9 de marzo, realizada en la sede del Centro de Inteligencia de la Guardia Nacional. Mismo sitio en que se encuentra el denominado búnker de García Luna, todo un cerebro informático, concebido por el exsecretario de Seguridad Pública preso ahora en Estados Unidos, para combatir el narcotráfico. Sin duda, Impresionó a reporteros y a la teleaudiencia conocer las entrañas de la construcción. Habría causado la sensación de estar frente a un lugar de ficción. Empero, nada más “sirvió para apantallar a extranjeros y personajes políticos y de los medios de comunicación, aseguró la titular de la SSP Rosa Icela Rodríguez. Aún más, explicó: “a través de las pantallas de monitoreo tenían enlaces con equipos de vigilancia aérea para, según, realizar el seguimiento de operaciones que supuestamente realizaban en vivo, cuando en realidad eran grabaciones a destiempo”.
La instalación consta de cuatro niveles, tres de ellos subterráneos con un costo de 3 mil 346 millones de pesos. En el primer piso subterráneo los invitados visitaron la sala de crisis. Un sofisticado espacio, rodeado de pantallas que operan en la lógica de cuatro cuadrantes: 1) para el seguimiento de aeronaves detectadas bajo la sospecha de portar carga ilícita; 2) el curso de desastres naturales o accidentes graves; 3) flujo de información de presuntos delincuentes, que contrastaban con las bases de datos integradas de todo el país (nacional, estatales y municipales) y 4) vigilancia al desplazamiento de aeronaves de la Guardia Nacional.
Otro sector del complejo conduce al elevador que conectaba las oficinas del secretario García Luna con la entrada de un larguísimo túnel, que, serpentea por los intestinos de la sofisticada instalación que consideraron de vanguardia para combatir el narcotráfico; porque pensaban, dijo AMLO, “que todo lo iban a resolver con la fuerza”.
Qué cosas. Parecía que Calderón sería recordado solamente por la guerra que emprendió y cuyo impacto fue macabro. Pues no. También lo será por obras inútiles como la famosa barda perimetral para simular construir una refinaría. Se agregan el búnker, el avión presidencial que adquirió al final de su sexenio interpretándose como un regalo a Peña Nieto y La estela de Luz. Esta obra, identificada como el Monumento a la corrupción, la proyecto para celebrar el Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución. La terminaron con 15 meses de retraso y no sólo eso, planearon construirla con 200 millones de pesos, pero hubo varios convenios modificatorios y terminó costando más de mil millones de pesos.
Total, fue la época de oro de los presidentes. No tenían por qué contenerse en dilapidar el erario, un tesoro de todos los mexicanos.
Iguala, Gro., marzo 13 del 2023