Por: Jorge Albarrán Jaramillo
Enviado Especial


Ciudad del Vaticano, Mayo 2.- Tras la muerte del Papa Francisco, el Vaticano entró en una etapa conocida como “Interregno” o “Sede Vacante”. Aunque la silla de San Pedro quedó vacía temporalmente, el curso de la Iglesia no puede detenerse, pues las actividades continúan a través de tres prefectos de dicasterios o ministros del gobierno Vaticano.

Tras el fallecimiento del Papa, se activó un protocolo que regula la vida interna del Vaticano hasta que un nuevo pontífice sea elegido. Esta etapa, llamada “Interregno” o “Sede Vacante”, no solo implica la ausencia del líder espiritual de más de mil 300 millones de católicos, sino que es aprovechada para realizar una reorganización general y temporal del poder dentro de la Santa Sede.


El primer personaje clave en este periodo es el cardenal Camarlengo, que ahora con la ausencia del Papa Francisco es el cardenal Kevin Farrel, quien se ha convertido en una figura de gran peso durante este proceso pontificio, por llevar en sus manos las riendas administrativas de la Iglesia. Su tarea inmediata fue confirmar oficialmente la muerte del Papa, mediante un protocolo tradicional en el que llama al Pontífice tres veces por su nombre de bautismo y, al no recibir respuesta, declara su muerte, además de que un médico certifica clínicamente el deceso.

Entonces, después de ser confirmada la muerte del Santo Padre por un médico, el Camarlengo selló la habitación papal con una cinta roja y lacre para proteger sus pertenencias, y supervisó la destrucción del “Anillo del Pescador”, símbolo de la autoridad pontificia, para evitar su uso indebido que consistiría en el sellamiento de documentos no autorizados legalmente. Tras estos pasos, el Camarlengo asume la administración temporal del Vaticano. A partir de ese momento, muchas decisiones importantes quedan suspendidas, porque el Camarlengo no tiene autoridad para tomar decisiones que solamente le competerán al nuevo Papa.

Durante la “Sede Vacante”, los prefectos de los dicasterios (ministros del gobierno vaticano) cesan sus funciones, con excepción de tres, el Camarlengo, el Penitenciario Mayor y el Vicario General de Roma, quienes pueden seguir desempeñando tareas específicas, en tanto, los preparativos para el funeral del Papa y el Cónclave que elegirá a su sucesor continúan en forma paralela. Los cardenales del mundo han sido convocados a Roma, para que en reuniones llamadas Congregaciones Generales se organicen los detalles logísticos y se definan los tiempos para iniciar la elección papal. También se presenta la situación actual de la Iglesia y los retos que enfrenta, por lo que los cardenales que participan deben realizar intervenciones para expresar el perfil ideal del próximo pontífice.

Pese a la solemnidad de la situación, la estructura vaticana ha sido diseñada precisamente para resistir este vacío de poder sin caer en parálisis. La tradición, el protocolo y la discreción marcan estos días que combinan duelo, expectativa y maniobras internas entre las distintas corrientes eclesiales.

Mientras la cúpula vaticana guarda silencio público, en su interior se mueven fichas cruciales para definir el rumbo de la Iglesia. El “Interregno” no es una pausa, sino una transición milimétricamente calculada que prepara la llegada del próximo líder de la Iglesia Católica.

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