Las siluetas de la muerte
Por: José I. Delgado Bahena
Un poco antes de redactar esta columna, terminé de leer el libro “Las siluetas de la muerte”, una compilación que, bajo la tutela del escritor Everardo Martínez Paco, salió a la luz con la autoría del Petit Comité Literario y como un trabajo editorial de Ediciones Almanaque.
Hasta donde sé, este comité es un grupo de escritores que periódicamente se reúnen, de manera virtual, para compartir sus textos y, en un ejercicio de tallereo, se apoyan para pulir la elaboración de sus textos, a veces, de manera inducida hacia un tema específico, como es este caso.
Sinceramente, felicito a Everardo por esta iniciativa, y otras que él organiza (inclusive me he dado el tiempo para participar en alguna de sus antologías), porque es una manera de abrir espacios para la creación literaria de quienes buscan una oportunidad para dar a conocer sus letras, además de la importante motivación que implica el respaldo de un escritor que siempre está en la búsqueda de la creación en la diversidad temática.
Bueno: leí el libro porque me pidieron que hiciera un comentario en una presentación que, al momento de que usted lea esto, se habrá llevado a cabo este viernes 15 de diciembre, en el restaurante “La Lupita”, administrado por el poeta Azael Camiña, a quien, de paso, me permito felicitar también, por abrir su local para la difusión, promoción y presentación de variadas actividades en relación al arte y la cultura.
Uno de los autores del libro “Las siluetas de la muerte”, Óscar Victoriano Taboada, me contactó para solicitarme mi participación en la presentación mencionada. Por supuesto, acepté con mucho gusto y, por lo mismo, me siento agradecido por darme esta posibilidad de conocer estas historias que bebí acompañado de mi interés, admiración y respeto por el trazo de estas líneas de vida desde el punto de partida que todos tenemos al nacer: la muerte.
Tal vez, entonces, tengamos que decir que, al nacer comenzamos a morir; porque todos, en algún momento, nos sentimos inseguros sobre lo que queremos ser y hacer en el trayecto de nuestro andar sobre la tierra, pero nadie tiene dudas sobre, al final, hacia dónde nos llevarán nuestros pasos, en dónde terminará nuestro camino.
Cada uno de los diecisiete textos que encontramos en el libro, nos muestran un panorama distinto que, como seres mortales, se nos podrían presentar al momento de que un familiar, amigo, vecino, inclusive, uno mismo, tenga que enfrentar al momento de la partida de este mundo.
La muerte, como sabemos, ofrece sus servicios de distintas maneras, no distingue edades, sexo, ni posición social o familiar; en ocasiones llega a llevarse el alma de un niño, como ocurre en “Lo que creíamos que era del tío Arturo” y en otras, el mismo difunto, precavidamente, estando vivo, adquiere su caja mortuoria, convive con ella, la usa y la lleva a todos lados, para, de algún modo, prepararse para el encuentro con la flaca, como pasa en “Mi querido ataúd”.
Los autores de estas historias se involucran en sus letras y, seguramente, inducidos por Everardo, se dejan llevar por sus personajes, viviendo la muerte que les toca sobre los renglones de su literatura. No olvidemos, entonces, que el autor es el poseedor del destino de las personas que le dan vida a lo que pasa por su mente; aunque, pienso que, como es lógico, algunos textos tienen su origen en situaciones de la vida real, pero advierto que el narrador los envuelve en su atmósfera, con sus circunstancias de vida, sus creencias, sus temores, sus anhelos…
“Herencia”, “Viento frío”, “La presencia de la muerte”, “Muerte lenta”, ”Ante todo, memoria”, “Bailemos”, “El asesino de los sueños”, “Una gran mariposa blanca”, “La muerte por dentro” y “Luz apagada”, son algunos de los títulos de los textos que encontramos en “Las siluetas de la muerte”.
Bailemos, pues, con dignidad, la danza de la muerte; porque un día, el menos pensado y esperado, veremos volar desde nuestro féretro una gran mariposa blanca, y estaremos narrando, desde nuestra propia tumba, los sinsabores que enfrentamos en el vals de la vida y, quizá, le reclamemos a nuestros seres queridos, que quedaron sobre la tierra, su falta de constancia para ir a visitarnos.