Por: José Rodríguez Salgado
En recuerdo de mi hijo Beto, de mis padres, de Lucy y Adrián. RIP.
En casi todos los pueblos de la República la celebración de los Fieles Difuntos se realiza de forma diferente. En mi tierra, Teloloapan, adquiere dimensión sorprendente. Las familias se preparan con meses de anticipación con el objetivo de montar las mejores ofrendas, especialmente a quienes fallecieron durante el último año. En este caso se habla de “Ofrenda Nueva”. La suntuosidad varía entre las familias, que obligadas moral y socialmente, se esfuerzan por destacar en originalidad y atracción. Todo depende de los recursos económicos destinados a ese fin. Se trata de perpetuar ese culto: panes, postres, velas, incienso, veladoras, adornos, candeleros, luces, arreglos florales, retratos, comida, mesas, manteles, servilletas bordadas, velos, arcos, nubes, ángeles, imágenes religiosas, fondos musicales, reseñas documentales de la vida del difunto, representación de la ocupación, oficio o profesión y la infaltable flor de muerto. No se puede omitir “el soneto” (sea o no de catorce versos, con que tenga algo de rima es suficiente).
La población en franca romería visita las ofrendas nuevas y algunas veces entregan velas, veladoras, arreglos frutales o cajitas de arroz. Desde el 31 de octubre por la noche se espera a los muertos “chiquitos” (niños) y el día 2 a los “grandes” (adultos). Es obligada la visita al panteón, algunas familias comen ahí y contratan a conjuntos musicales. Generalmente la ofrenda se levanta después del día 4 de noviembre con la satisfacción del deber cumplido. Muchos de los teloloapenses que viven en otros lugares del país, se desplazan al pueblo para sumarse al ceremonial y de paso disfrutar la rica gastronomía regional.
Transcribo a continuación algunas referencias sobre la llamada “Fiesta del Día de Muertos”. Durante la época virreinal en la Nueva España se llevaban a cabo dentro del ritual católico ceremonias funerarias dedicadas a los difuntos europeos, criollos o indígenas de alta jerarquía. Desde el siglo XVI aparecen en el virreinato de México los llamados “Túmulos Funerarios”, que eran altares para servir exclusivamente en las honras fúnebres .Por lo cual, estaban construidos de materiales perecederos, como madera, lienzos pintados, telas que formaban cortinajes y doseles y gran cantidad de candelabros y recipientes para contener adornos florales; es por ello que se pensaba que no había perdurado ninguno completo hasta la fecha… (Placa descriptiva del tema, Museo Humboldt, Taxco, Gro.)
Sobre esta tradición son innumerables las preguntas: ¿Qué es la muerte?, ¿En todos los pueblos se concibe a la muerte de igual manera?, ¿De cuántas formas se les recuerda? y así por el estilo continúan inquietudes sobre este asunto. Lo primero que brota de manera lógica es que “todo lo que nace, perece”, tarde o temprano ocurriremos a la cita, mientras tanto nos esforzamos por vivir “a la buena de Dios”, crecer, desarrollarnos, reproducirnos y en lo general sobrevivir a los difíciles y a veces trágicos escenarios del teatro de la vida. Dar, como decía el clásico, semblante creativo y humano a nuestro tránsito por el planeta. O en sentido filosófico apreciar la eternidad a nombre del tiempo y entender que la felicidad y la historia no siempre son sinónimos.
Eso puede en algunos casos, paliarse con la letra, libro, arte, ocupación, creatividad, oficio, crítica, comunicación, verdad, compañía, ternura y amor, armas privilegiadas para aceptar la muerte y que vuelva a reinar el silencio mientras la materia se transforma. Frecuentemente escuchamos a manera de consuelo que el fin de toda vida es la muerte. Ésta espera al inteligente, rico, audaz, ignorante o letrado y los iguala con el mismo rasero. Al cobarde, pobre, valiente, potentado, poderoso, feo, triunfador o fracasado. Estamos seguros que tarde o temprano arribará. La esperamos algunos con resignación, otros con miedo, temor, fe, tristeza, desesperación, derrota, gratitud, serenidad, inquietud, arrepentimiento, consuelo o conformidad.
La muerte puede ser compañía final e inconfundible, algunas veces feliz y en otras, desafortunada. Se dice que la memoria de los que sobreviven “será nuestra vida, más allá de la muerte”. Una verdad prevalece, morimos para el futuro, otros afirman que “la muerte es el pensamiento sin horas”, que nuestro hogar verdadero es la eternidad. Juan Rulfo aseguró que “todo es vida, que morir es la vía para renacer”.
El poeta Agripino Hernández Avelar repetía: el cuerpo es un puente para lograr la unión con el universo y la muerte es una liberación, pues no se nace para morir, se muere para nacer.
Noviembre 2 de 2023