-¿Quién no ha estado en Acapulco?
Por: Rafael Domínguez Rueda
¿Quién no ha estado en Acapulco? ¿Quién no conoce el bello Puerto? ¿Quién, que haya visitado la Perla del Pacífico, no guarda gratos recuerdos? Me ha dolido mucho,
muchísimo la tragedia de Acapulco. Siento una gran pena al ver las imágenes de su destrucción, de la desolación que reina en la ciudad, de los destrozos que dejó a su paso el huracán Otis y que me han angustiado tanto todos estos días. Guardo recuerdos entrañables de ese hermoso paraíso terrenal, de aquella postal en tecnicolor de la cual se enamoró tanto mi esposa que allá le construí su nido de amor y llevo muy bien grabados en la memoria desde que lo conocí en 1957 hasta el año pasado que fui en plan de negocios.
La primera vez viajaba de aventón, cuando me gritaron: “ya llegamos”. Entonces me incorporé, ví al frente, desde la Cima se apreciaba allá abajo, iluminada por los primeros rayos del amanecer, la bellísima bahía. Por aquellos años, en la zona dorada sólo caminaban extranjeros.
Muchas imágenes y momentos mágicos me han sido dables vivir a lo largo de mi existencia; pocos tan maravillosos como aquel que al entrar a la habitación 101 del romántico hotel El Mirador, me sorprendí, pues me aguardaban una botella de vino, una charola de carnes frías y una cesta con dátiles, ciruelas pasas y dulces. O cuando en el hotel Elcano, encontré el yacuzzy lleno de pétalos de rosa. O en el fabuloso hotel Las Brisas, donde desde la confortable villa se tiene una vista espectacular de la bahía, con alberca privada y una habitación de ensueño. Pero, también, como dice la canción de Manuel Alejandro,
“siento en el alma” los daños que debió sufrir el hotel Princess, donde varias veces tuve la fortuna de estar alojado. Me veo aún caminando por el corredor abierto que lleva del majestuoso lobby al espléndido comedor al aire libre o a la playa abierta, y miro el jardín con su caída de agua y me pregunto qué será de los flamencos siempre posados displicentes.
“Ningún mayor dolor –escribió Dante- que acordarse del tiempo feliz en la desgracia”. Por eso en estos días he evocado a muchos compañeros del servicio público que me dejaron gratos recuerdos: de las oficinas Federal de Hacienda, Correos, Telégrafos, Aduanas, Pagadurías –Civil, Militar y Naval- y Capitanía de Puerto.
Yo he procurado vivir intensamente para después recordar vivamente y se me vienen a la mente muchos nombres de servidores públicos municipales, contadores públicos, propietarios de negocios, gerentes y representantes de cámaras, comercios, industrias y servicios turísticos con los que tuve relación, en mi calidad de responsable de los ingresos del Puerto.
De toda esa pléyade de conocidos, hago votos al Cielo para que el huracán Otis los haya librado, como dejó a la palapa “Gracias a Dios por todo”, de Costa Azul, intacta, aunque todo a su alrededor fue destrucción.
A propósito, la semana pasada Ricardo Monreal escribió: “Cada vez son más frecuentes y más intensos los eventos asociados con La ira de Dios… Todavía hoy, en algunas compañías aseguradoras, es el nombre que reciben las pólizas contra fenómenos como el huracán Otis…” También la semana pasada recibí tres mensajes que, en concreto, coincidían con el asunto: “Ayudemos a Acapulco, aunque sea con una oración para que los perdone, ya no los castigue”.
Por principio, no fue castigo. Mucho daño hacen las personas que se expresan así, Dios no es un ser o una divinidad colérico, iracundo, capaz de tomar venganza y enviar castigos horrendos a quienes lo desobedecen u ofenden con sus acciones. Con motivo del huracán Otis no han faltado pastores y clérigos y personas que digan que ese desastre natural fue un castigo de Dios por tanta maldad, prostitución e inseguridad. Es infame la visión de un Dios así, visión fincada en el temor que siembran algunos seres, atados aún a viejas concepciones religiosas, para mantener a sus seguidores bajo sus dictados.
Dios es amor, lo dice la Biblia y lo hemos de ver como un Padre amoroso, y no como un tirano represor que destruye las obras de los hombres. En el caso de huracán ¿qué culpa tuvieron los pobres que perdieron la vida o su casa a consecuencia de ese huracán?
Quiero dejar en claro seis situaciones: primera, en el caso del huracán, su formación y el desastre que causó, no es un castigo de Dios ni un fenómeno natural, sino un evento propiciado por la sociedad al contribuir al cambio climático, pero también a la falta de planeación histórica, la urbanización desordenada, construcción con materiales inadecuados, fraudes inmobiliarios, así como las condiciones de desigualdad, pobreza e inseguridad.
Segunda, la tragedia de Acapulco desnudó al gobierno de Morena, pues al no saber qué hacer, cómo enfrentar los problemas, de dónde obtener los recursos y quién debía atenderlos, quiso confiscar la solidaridad de los ciudadanos para aparecer como benefactor, y a 16 días no se ha levantado un inventario de daños, ni de las personas afectadas, como tampoco de inmuebles y lo peor, se van a reducir los presupuestos de muchas dependencias que afectarán al pueblo.
Tercera, el desastre dejó ver que tenemos un gobierno estatal que ha perdido el control del territorio, pues los saqueos sólo reflejan molestia de los ciudadanos y la mano de los malosos.
Cuarta, Acapulco necesita rescatarse, reconstruirse y regenerarse de una manera integral: revisar planes de desarrollo urbano, actualizar las normas de construcción y sobre todo desterrar la corrupción inmobiliaria, pues ésta es el verdadero ojo del huracán que golpeó al Puerto.
Quinta, calificadoras estiman que se requerirán 276 mil mdp para la reconstrucción de Acapulco, tres veces más de lo que prevé destinar el actual gobierno. A nuestro juicio, los recursos anunciados por el gobierno parecen muy alejados de los necesarios para su reconstrucción, por lo que la Navidad será amarga, la recuperación muy lenta y muchos municipios y colonias ni siquiera serán tomados en cuenta.
Sexta, el presidente al arreciar los ataques contra los medios de comunicación y acrecentar la crítica contra los opositores, trata de ocultar a toda costa su incompetencia, mala fe, mentiras y voluntad autocrática, debilidades que los acompañaran hasta el último día de su vida.
El Otis, ¿arrasará también a AMLO, como Ayotzinapa arrastró a Peña Nieto?