-Identidad local, estatal y nacional en crisis

Por: Rafael Domínguez Rueda

Identidad es el conjunto de rasgos o características de una persona o entidad que permite distinguirlo de otros en su conjunto. Esta simple definición me da la razón, pues los mexicanos hemos ido perdiendo rasgos y características, igualmente los guerrerenses y no se diga los igualtecos. Ya casi nada nos distingue; nos caracteriza.

La identidad es un aspecto básico en la vida de las personas, las instituciones y los pueblos. Una identidad bien identificada por quien o quienes las detentan les permite entender cuál es su ubicación en el mundo, su rol, su misión y sus objetivos.

En realidad, saber quién soy implica que conozco de dónde vengo (mi origen), qué hago (mi situación) y a dónde voy (mi destino). México ha pasado en distintas etapas por un proceso largo de búsqueda, encuentros y desencuentros de su propia identidad.

La identidad de los mexicanos es de gran riqueza cultural, llena de matices, resultado de complicados procesos de mestizaje y fusión. La construcción de la identidad nacional mexicana ha pasado por diversas etapas históricas, de manera muy significativa la de la Colonia a la Independencia, la de la Reforma, la de la Revolución mexicana que si bien ésta inició de naturaleza política, terminó siendo de carácter social.

La identidad lograda en la primera mitad del siglo XX fue culturalmente original, destacando rasgos propios que se afirmaron a través de la educación, la pintura, la música y otra serie de manifestaciones de orden cultural, lo que convirtieron a México en el “hermano mayor” de Latinoamérica, pues representaba en gran medida sus intereses en el mundo.

Las crisis de finales del siglo XX ocasionadas tanto por el populismo como el clientelismo que instauró Luis Echeverría, como por el agotamiento del modelo económico provocaron el decaimiento de la identidad mexicana.

Aunado a lo anterior, la firma del TLCAN hizo pasar a México de su auténtica originalidad y liderazgo latinoamericano a ser integrante de la región Norte, ocasionando que la cultura e identidad pasaran a segundo término, pues México quedó sujeto a una gran dependencia económica, política y cultural de E.U.

¿Cuál es la identidad o manera de ser del guerrerense? El guerrerense es un pueblo de valientes, generoso y leal, sabe ser amigo de sus amigos, noble, paciente y con un alto grado de estoicismo. Por otra parte nos califican como un pueblo difícil de gobernar, violento y agresivo, todo nos divide y tan sólo nos une la afición por el mezcal y el pozole. Somos flojos, proclives a la pasividad y a la molicie, es decir, a la comodidad y regalo moralmente excesivo en la manera de vivir.

Los guerrerenses somos diferenciados entre sí, unidos por el concepto de país, por el amor a la patria, por el orgullo de pertenecer a un Estado tan rico en historia y tradiciones, pero diferentes en la forma de ser, en los valores culturales, en los hábitos y costumbres, lo cual cambia según la región de que se trate. Desde luego, no es posible generalizar, pues un habitante de Taxco es distinto a uno de Iguala y un chilapeño es diferente a un costeño, como uno de la Montaña nunca se parecerá a uno de Tierra Caliente.

Esta situación dificulta el desarrollo del Estado y convierte a Guerrero en un mosaico de 7 regiones habitadas por seres humanos diferentes entre sí. Los habitantes de la región Norte presentan mayores diferencias con respecto al estereotipo que acerca del guerrerense se ha formado debido a la cercanía con la ciudad de México.

En Iguala, empezaré por decir que tanto las autoridades como los ciudadanos tienen una idea errónea de lo que es la cultura, pues creen que consiste en presentar eventos artísticos y literarios y usan instituciones para sus fines y no para los objetivos para los cuales fueron creadas

Siempre habrá mujeres y hombres cultos: Salvador Román, Florencio Benítez, Mario Castrejón, Carlos Espinosa Marchán… Pero, no se trata de eso; no se trata de que unos cuantos sean cultos; no se trata de presentar un bailable o una audición. De lo que se trata es que los que asisten gocen de esas expresiones artísticas, de que los eventos se prolonguen todo el año, como se hizo cuando nació el Festival. Por lo que debemos luchar es de que el pueblo en su conjunto, la sociedad toda, sea más culta, más ilustrada, para que a través de la cultura, y gracias a ella, pueda acceder Iguala a mejores niveles y formas de vida.

Iguala siempre había sido una villa, pero, gracias a que en 1821 se proclama la Independencia, se conforma el primer ejército mexicano y nace la bandera nacional, es que empieza a crecer. En 1826 se establece el Ayuntamiento dándole la categoría de pueblo; en 1832 se plantan 32 tamarindos alrededor del Zócalo, lo que le da identidad; en 1835 recibe el título de Ciudad; en 1847 se erige el Estado de Guerrero e Iguala su capital. La llegada del ferrocarril en 1898, la convierte en la ciudad más importante del Estado y florecen las artes.

La pintura con Rosalía Rueda y las hermanas Flores y las Rodríguez; compositores José A. Ocampo y Juan Ocampo, poetas Salustio Carrasco e Isaac Palacios. La escritora Elena Garro, los científicos Soberón y Carbajal, Jorge Montúfar en oratoria y Rodolfo Soto y Austreberta Flores, en el teatro.

Si bien, hasta la década de los 80s. del siglo pasado el igualteco se caracterizaba por ser trabajador, creyente, creativo, positivo. Su distracción era el cine y los domingos invadir el Zócalo. De ahí que viéramos la necesidad de impulsar la cultura y la plataforma fue el Festival.

La identidad no es una meta que se alcanza y permanece, requiere se conquistada de forma continua. Lo valioso de una identidad o una cultura no son las formas externas, sino los valores representados en esas formas. A valores más altos, a mayor nivel ético, la cultura tiene mayor entidad y la identidad se robustece; a mayor nivel de corrupción y desconocimiento la cultura se vulgariza o banaliza y la identidad se debilita.

El reto más importante que hoy vive Iguala es el de reencontrar y reconstruir su propia identidad, para ello hay que replantear el piso ético con personas idóneas y disminuir el divisionismo y los niveles de corrupción. Fortalecer nuestras tradiciones que han alcanzado trascendencia internacional para reconstruir el tejido social y reencontrar nuestra identidad.

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