Por: Alejandra Salgado Romero

“Una buena alimentación no solo mejora nuestro bienestar físico, sino que también interviene en nuestro estado de ánimo, ya que nos ayuda a sentirnos con más energía..”

Daniela Echeverri Castro

Según lo han demostrado a través de numerosos estudios e investigaciones, la salud resulta la gran damnificada de nuestra dieta. El sistema alimentario vigente es altamente perjudicial y enfermedades como la obesidad, aparecen vinculadas al consumo de productos de origen animal, cereales refinados y azúcar. Greenpeace, organización civil que se dedica a promover acciones a favor de la conservación del planeta, afirma que las dietas pobres en verduras, frutas y cereales integrales, causan uno de cada cinco fallecimientos a nivel mundial y representan uno de los factores de riesgo más habituales en el desarrollo de enfermedades y de muertes prematuras. Por ello, son cada vez más los países que, como Alemania, Brasil o Suecia, incluyen la sostenibilidad alimentaria en sus políticas alimentarias y guías educativas para el consumidor, tal y como recomienda la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Estos son, según dicha institución, algunos de los beneficios de una dieta sostenible: a) Actúa contra el cambio climático: se ha documentado que las emisiones globales de gases de efecto invernadero descenderían un 64% para 2050 si redujéramos un 50% la producción y el consumo de alimentos de origen animal; b) Protege los bosques: la producción sostenible de alimentos prevendría la deforestación al dedicarse menos tierra a la ganadería, considerando que la ganadería es, por ejemplo, la principal responsable de la deforestación del Amazonas, con un 75 % de la reducción de este pulmón verde; c) Mejora la salud y contribuye a la seguridad alimentaria: a través de una dieta más sostenible, se evitarían 11 millones de muertes prematuras, tal y como asegura un estudio de 2019 publicado en la revista científica The Lancet; d) Favorece la supervivencia de especies amenazadas: está documentado que entre el 20 y el 40% de los mamíferos y aves que podrían extinguirse para 2060, tendría alguna opción de sobrevivir, así como que 24.000 de las 28.000 especies en riesgo de extinción lo están, -al menos en parte-, por culpa de la agricultura y la ganadería, es decir, un 86 % de todas las especies en extinción; y, e) Preserva los recursos hídricos: mediante una dieta más sostenible, se gastaría menos agua y se reduciría la contaminación de ríos y zonas costeras a causa de la ganadería o el cultivo de alimentos para animales.

Según lo ha calculado la misma organización, para el año 2050 seremos más de 9.000 millones de seres humanos en el planeta y vamos a necesitar producir un 60% más de alimentos. Oro aspecto crítico lo constituyen nuestros mares, que también sufren las consecuencias de una dieta poco responsable. La pesca masiva para satisfacer la demanda de pescado provoca la degradación de la biodiversidad y de los ecosistemas marinos. En 2020, la producción pesquera llegó ya a más de 200 millones de toneladas, siendo 20,2 kg per cápita la cantidad destinada a consumo, lo cual duplica los datos que había en 1960, cuando eran 9,9 kg per cápita. Lo anterior, ha provocado que únicamente un 64,6 % de las especies sean en este momento sostenibles, dentro del ecosistema marino.

La mayoría de las y los expertos coinciden en que una dieta saludable y sostenible integra, por un lado, qué comemos; y por otro, cómo comemos, nos proveemos de los alimentos y los cocinamos. Para conseguir una alimentación sostenible y saludable es necesario incluir un mayor consumo de frutas y verduras de temporada, locales y ecológicas, adquiridas en circuitos de proximidad (directamente a los productores/as, o en grupos de consumo, tiendas de barrio, mercados locales, etc.), lograr disminuir el consumo de alimentos de origen animal, sustituir el descenso en proteínas animales por proteínas vegetales, conocer cómo y quién produce la comida, procurando así rehumanizar nuestra alimentación, planificar los menús y las compras, evitando así tomar decisiones rápidas y de última hora, que suelen priorizar alimentos menos saludables y sostenibles, cocinar y comer disfrutando de la comida, aunque con equilibrio y moderación, evitar el despilfarro alimentario y fomentar la compra a granel minimizando el uso de envases y priorizando aquellos compostables, entre muchas otras medidas que, definitivamente, en la gran mayoría de casos, están a nuestro alcance. En suma, una buena alimentación es aquella que le proporciona al organismo todos los nutrientes que necesita para trabajar de manera adecuada a lo largo del día, por lo que no debe excluir ningún grupo nutricional, debe ser variada y se tiene que adaptar a los requerimientos del cuerpo según la edad, el peso y el estado de salud.

El gobierno de nuestro país ha manifestado, en este tema, que el momento que vive hoy la humanidad “plantea el desafío de adoptar un modelo de alimentación capaz de atender de manera simultánea salud y medio ambiente, fomentar una producción y consumo que garanticen la salud humana al propiciar también un consumo responsable de bajo impacto ambiental, mitigar el cambio climático, respetar la diversidad cultural y la biodiversidad y proteger los ecosistemas”. Además, cita que la población mexicana está ubicada en los primeros lugares mundiales en diabetes y obesidad, entre otras comorbilidades. Por ello, resulta altamente prioritario trabajar, desde las familias y escuelas, desde todo nivel de gobierno y a través de los medios de comunicación, en lograr un cambio alimentario para contribuir a la salud, la seguridad alimentaria y el crecimiento demográfico, trabajando así para cuidar de nuestra salud y la de nuestras familias, pero también, para asegurar el cuidado de nuestra casa común: la tierra.

Les deseo una semana excelente y agradezco sus aportaciones y/u opiniones a través del correo alexaig1701@live.com.mx.

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