Privilegiar el entendimiento

Por: José Rodríguez Salgado

Mis condolencias a familiares y paisanos de la Profra. Debelmira López. RIP.

Gracias, muchas gracias a las personas que establecen contacto conmigo con motivo de la columna que escribo cada jueves. Como lo hicieron hace días mis amigos de Apaxtla, Celaya, Cd. Madero, Villaflores, Pachuca, Zacatlán y Tepic. Mi reconocimiento por interesarse por los temas que planteo, especialmente los relativos a la enseñanza, que afectan la formación de niños y jóvenes mexicanos. Pretendo en estas líneas concluir el asunto sobre los problemas de la lectura y la escritura en nuestro Sistema Educativo. Comprobado está que quienes consiguen aficionarse a la lectura, seguramente no la dejarán hasta el final de sus días, pero para quienes ven los libros y demás impresos como simples instrumentos para cumplir un requisito, aquéllos les serán absolutamente ajenos. En el fondo el único interés por el que muchos estudiantes abren y memorizan los libros es para conjurar el miedo a reprobar los exámenes.

El goce mismo del conocimiento (el deleite de conocer) ha sido desterrado de sus vidas, asocian la letra con el sufrimiento, no al encanto. Olvidan que todo acto autónomo de creación y aprendizaje involucra el disfrute. Leer es tan creativo como escribir, por qué quien lee, participa de la aventura del lenguaje y complementa la escritura, el propósito primero y último del conocimiento es la búsqueda de la felicidad previa, consecución de la dicha que no es más que el aspecto afectivo del acto innovador.

El filósofo español Miguel de Unamuno, afirmó que “el lector cuando lee realmente es el autor de lo que tiene ante su vista” y si no es así el fenómeno no se concreta. Leer es decodificar un texto, redimensionarlo con un nuevo sentido; “leer es recrear, reelaborar y por lo mismo deleitarse”. Aristóteles escribió que “el ser humano disfruta conociendo, por el placer de saber”. Desafortunadamente en muchas ocasiones el júbilo de saber es desplazado por el ansia de subir, esto es, tener poder, que significa estar en condiciones de coaccionar, premiar, influir o cambiar una situación que afecta a otras personas. Debe decirse aquí que leer libros y aún escribirlos, no nos salvan mayormente de los pecados, abusos, torpezas y bajezas con que a veces incurren también los que no leen.

De pronto un duendecillo me convoca a citar cuando menos a tres intelectuales que respeto y admiro, por ser grandes lectores, escritores, ciudadanos y amigos: el maestro Carlos Cantú Lagunas (Huahuaxca, Taxco, Gro.), C.P. Rafael Domínguez Rueda (Iguala, Gro.), Lic. Armando García Peña, Cd. Madero Tamps. quienes a lo largo de sus vidas se han aficionado a leer, informarse y conocer. Son profesionistas privilegiados que actúan con lo que Max Weber denominó “honradez intelectual”, proceden con pensamiento propio como la mejor escuela para la formación humana más duradera y feliz. Ellos han leído los libros suficientes para ser considerados grandes lectores, no por la cantidad de libros que conocen, si no por la forma en que los han leído, valorándolos y cuestionándolos. Cicerón, Platón, Shakespeare y Cervantes sólo para citar algunos autores, los han motivado. Para ellos lo más importante en un lector no sólo es saber lo que dicen esos sabios, sino saber lo que decimos nosotros al leerlos o después de haberlos asimilado.

Pensar es más fácil de lo que nos hacen suponer los funcionarios que “detentan el pensamiento y la verdad”; los guardianes de un sistema educativo que privilegia la memorización, no el entendimiento como modelo de cultura. Lo que hemos padecido por años ha tenido como fin hacernos no buenos y sensatos, si no “cultos”. No nos han enseñado a perseguir y abrazar la virtud y la prudencia, por el contrario insisten en la repetición forzada, mecánica de datos, cifras e información inútil.

Se dice que cuando le preguntaron a Einstein por qué Faraday logró tan extraordinarios descubrimientos, su respuesta dejó estupefactos a muchos, dijo, “porque nunca fue a la escuela”. El científico estaba convencido de que la educación formal en su conjunto conspira contra el espíritu de la experimentación, el afán especulativo, el ejercicio de la duda e imaginación, privilegiando el rigor académico por encima de la abierta reflexión y el sano escepticismo, sobre lo aprendido. Obviamente Einstein fue irónico en su respuesta respecto a la escuela y los límites de la inventiva. Quiso decir que la inteligencia para funcionar necesita más allá de la autoridad textual, sentido común, más allá por cierto de títulos y diplomas.

           03 agosto de 2023.