Por: José I. Delgado Bahena
“Viéndolo bien, Justino, tal vez mejor deberías esperarte: ¿qué tal que ni es tuyo el hijo? Mejor aguántate a que nazca y le hacemos estudios, si te corresponde la sangre, entonces sí, hasta boda hacemos. ¿Cómo la ves?”
“Como usted diga, padre”, contestó el muchacho ante la sugerencia de Joel, el padre de Justino, quien, a sus diecinueve años había cometido la imprudencia de embarazar a Miranda, su novia de la Universidad.
“Ora que, si la madre de ella se pone necia, pues, trata de convencer a la muchacha para que esté de acuerdo en esperar. Dile que ahorita no tengo dinero para casarlos y quiero hacerles una fiesta, dile que estoy terminando de pagar tu moto y que estoy muy gastado, proponle que vivan en unión libre; de todos modos, en estos tiempos es la moda y ya ni pena les da.”
Justino solo enlazó sus manos y reacomodó el cuerpo que desde hacía dos horas mantenía en reposo sobre la cama de su habitación, donde su padre había decidido tratar el asunto con él.
En ese momento no sabía cómo le diría a Miranda lo que Joel le sugería. “Definitivamente…”, pensó, “…no tengo duda de que es mío; pero, aunque no lo fuera, la aceptaría con todo y que el bebé fuera ajeno”.
“Lo malo…”, siguió con sus pensamientos, “…es que ella va a perder el año; aunque dicen que en la escuela los maestros la apoyarán, va a estar cabrón, pero ahora ya ni llorar es bueno.”
Como si su padre le leyera la mente, oyó que le decía:
“También dile que se olvide de la tarugada de querer seguir estudiando; eso hubiera pensado antes, cuando abrió las piernas, no ahora, que ya tendrá responsabilidades. Que ni crea que tu madre le hará su quehacer y le cuidará al chamaco, ella ya no tiene por qué estar aguantando berrinches. Ah, y otra cosa: vas a tener que trabajar, aunque sea medios turnos; le diré a mi compadre Jorge que te dé chamba en su restaurante, aunque sea para que laves los trastes; yo te seguiré pagando la escuela; pero, para mantener a tu mujer y a tu hijo, tú verás cómo le haces.”
“Sí, papá, gracias…” se limitó a contestar y siguió con sus reflexiones.
“Uta madre…, ella está muy confiada en que seguirá estudiando con todo y el niño; y sí se puede, hemos visto compañeras que hasta llevan a sus hijos a la escuela; claro, no es lo mismo, porque están con un ojo al gato y el otro al garabato, y con frecuencia faltan o no entregan los trabajos y tienen bajas calificaciones, pero siguen haciendo su lucha por terminar su carrera…”
Estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que ni cuenta se dio cuando su padre abandonó su cuarto y se había quedado solo.
Al día siguiente, a la salida de clases, Justino invitó a Miranda al cine, pero se encontraron con la novedad de que la película que deseaban ver tenía clasificación “C” y ella no llevaba su credencial para votar.
“No es apta para menores”, les dijo el joven de la taquilla, “aun cuando yo les venda los boletos, en la entrada no los van a dejar pasar.”
Con esa advertencia, no les quedó más remedio que entrar a ver una de caricaturas, que habían estrenado por esos días.
“¿Cómo ves si de una vez bautizamos al niño?”, le dijo él a la salida del cine.
“¡Cómo crees!”, le respondió Miranda, separándose de su brazo que le rodeaba la cintura.
“Sí, mira: de todos modos ya no tenemos nada qué arriesgar y pues…, si tú quieres, podemos ir a pasarla bien en mi casa, ahorita no hay nadie.”
“A ver…, no entiendo, ¿quieres que tengamos relaciones? ¿No habíamos quedado en que lo volveríamos a hacer hasta dentro de un mes, cuando ya estuviéramos casados?”
“Es que…, ayer me dijo mi papá que no andan muy bien sus finanzas, y que quién sabe si nos pueda cumplir su promesa de casarnos en la fecha en que quedó con tu mamá…”
“Ah, ¿y por qué no me lo habías dicho?”
“¡Pues te lo estoy diciendo!”, le respondió él, con un tono tan alto que algunas personas voltearon hacia ellos.
“No me grites, por favor. Mejor vamos a pensar cómo le vamos a hacer, porque mi mamá me matará si le llego con esta noticia. ¿Tú, sí te quieres casar conmigo?”
“Pues sí… pero ya ves lo que dice mi papá…
“Mira”, agregó Miranda: “una prima mía se casó en secreto, en Zacacoyuca. En el registro civil de allá, te casan solo llevando tu credencial, tu CURP y tu acta de nacimiento. ¿Qué te parece si pasamos a casa por mis papeles y vamos a casarnos allá? No cobran caro. Nos vamos en tu moto y hoy mismo estaremos casados; entonces sí, hacemos lo que quieras.”
Durante el regreso, cuando ya oscurecía, y con el acta de matrimonio en su mochila, inesperadamente, una ligera lluvia, acompañada de una fuerte ventolera, se soltó, mojándolos a ellos y al pavimento de la carretera. Al pasar por la desviación hacia Tomatal, donde por la tarde había un retén policiaco, Justino aceleró para ganarle el paso al conductor de un taxi que entraría al pueblo, pero no reparó en un pedazo de llanta que los oficiales de la policía habían dejado tirado, derrapó sobre el piso, arrojando a Miranda con tal fuerza hacia el otro lado de la carretera que, sin oportunidad alguna, cayó debajo de las ruedas de un autobús que en ese momento pasaba con dirección hacia Acapulco.