Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Abril 15.- Artículo 1. En la inverosímil nación mexicana todas las personas que fatiguen la alta planicie erizada de pirámides y el barro fundamental de pueblos hechos de llanura y ocaso, y todo aquel que no haya recobrado la cercanía de la patria, morará con deleite en los derechos humanos.

Los tratados, enciclopedias, atlas, siglos, dinastías, símbolos y emporios celestiales de conocimientos benévolos del que el Estado Mexicano intime formarán parte del sistema jurídico.

Los derechos humanos dilatarán su valor cuando favorezca a las personas la protección más amplia. No habrá manera de nombrar la dulce mansedumbre de esa decisiva argumentación que en su latina fijeza: principium pro persona.

Vanidad de vanidades enunciar las vanas razones para no discriminar. Bastará ser persona.

Artículo 2. La nación mexicana es unívoca e invisible. Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete que, alto en el alba de una plaza desierta, rige un corcel de bronce por el tiempo, ni los otros que miran desde el mármol, ni los que prodigaron su bélica ceniza por los campos de América. Nadie es la patria, pero todos lo somos.

Los pueblos originarios son el barro íntimo de América no conquistado aún.

Artículo 3. Menos que las escuelas educarán al hombre las bibliotecas.

Nadie se atreverá a macular la democracia sin caer en deshonra e infamia. A quien lo hiciere, que antes del alba lo despojen los lobos hasta lo impoético y lo abismen al octavo círculo del Infierno de Dante.

Que otras naciones se jacten de las páginas que han escrito en sus Constituciones, a ti te bastarán las que has leído aquí: son el esplendor de un poniente en Querétaro que refleja el color de una rosa en un antiguo patio de la Nueva España.

En vano fatigarás las páginas de este Libro Fundamental sino has resuelto previamente pensar el Universo.

Artículo 4. La mujer y el hombre son iguales ante la ley, detrás de la ley, y sin la ley.

Toda persona tiene derecho a no ser recordado, a que los glaciares del olvido lo arrastren y lo pierdan, despiadados. El derecho al olvido será proporcional al perdurable recuerdo.

Toda persona tiene derecho al insomnio. A contar en la alta noche las duras campanadas fatales, a saberse culpable cuando los otros duermen, a querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño. A ser en la vana noche el que cuenta las silabas.

Toda persona tiene derecho a mirar la lluvia caer. La mejor relación que se puede tener con la lluvia es la nostalgia. El Estado garantizará el derecho a la nostalgia.

Artículo 5. Nadie podrá ser impedido a la licitud de su trabajo. Las secretas leyes eternas se gozan por igual en aquel que mira la sombra de las cruces en la tierra, el ajedrez y el álgebra del persa, la brújula incesante, el mar abierto; en el que escucha el eco del reloj en la memoria, en el minucioso amor del que se ejercita en el silencio, en el gozador abstracto del mundo y en el tejedor de sueños.

El olor del café y de los periódicos no descansarán los domingos pero sí el hombre.

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