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Moscú, Rusia. La segunda lección para instaurar un Estado totalitario es adoctrinar a la población y perseguir a los que no se someten. A punto de que se cumpla un año de la invasión rusa de Ucrania (como primer paso para reconstruir el caído imperio soviético), el presidente ruso, Vladimir Putin, acelera este proceso de adoctrinamiento, una vez que completó con éxito la primera lección del manual del totalitario perfecto, cuando logró someter la Duma (legislativo), el Tribunal Supremo y el llamado cuarto poder, los medios de comunicación, al capricho del presidente.
Con los dos únicos líderes democráticos fuera de juego —Boris Nemtsov fue asesinado en el muro exterior del Kremlin en 2015 y Alexei Navalni se pudre en una cárcel tras sobrevivir a un envenenamiento—, con los portales independientes clausurados y sus directores encarcelados o huidos del país, y con más de una veintena de oligarcas críticos con la guerra asesinados misteriosamente, el presidente ruso ha logrado extirpar lo que quedaba de democracia en Rusia.
Sin embargo, sabe que el apoyo del Ejército y la bendición de la Iglesia ortodoxa rusa no son suficientes para reconstruir el imperio ruso.
GUERRA A LOS “NATONAZIS”
Putin necesita el apoyo sin fisuras del pueblo ruso, al que trata de convencer de que él no empezó la guerra en Ucrania hace un año, sino que empezó en 2014 cuando el gobierno “neonazi” de Kiev emprendió un “genocidio” contra el pueblo ruso del este de Ucrania, por lo que, al presidente no le quedó otro remedio que enviar a los soldados rusos a librar otra guerra patriótica contra “los genocidas de Kiev y sus aliados los Natonazis”, como hicieron sus abuelos durante la Segunda Guerra Mundial contra las tropas hitlerianas.
Pese a que estos argumentos son mentiras descaradas —ni el gobierno de Volodimir Zelenski (que es judío) es neonazi (aunque pueda haber elementos, como en tantos otros gobiernos) ni sus tropas cometieron un genocidio en el este rusófilo de Ucrania, sino que las tropas de Kiev lanzaron una legítima ofensiva contra los separatistas prorrusos armados por Putin—, y gracias a la férrea censura, que oculta los crímenes de guerra cometido por los rusos en Ucrania, unido a la la machacona propaganda belicista y patriótica, bendecida por el patriarca ortodoxo como si se tratara de una cruzada religiosa, este proceso de rusificación ultrapatriótica está arrojando resultados mucho mejores que la “operación especial” de las tropas rusas en Ucrania, con un apoyo al presidente que roza el 80% de la población, pese a las duras sanciones internacionales, como admiten observadores independientes.
Pero este ardor belicista podría decaer peligrosamente, si no llegan pronto buenos resultados en el frente de batalla y si se agrieta la censura en su punto más débil, las redes sociales; por lo que es necesario convertir la propaganda en un acto de fé mesiánico, y qué mejor manera que lograrlo mediante el adoctrinamiento sectario en las aulas.