El prematuro: desde la prevención al cuidado- Don Chimino
Por: J. David Flores Botello
EL PREMATURO: DESDE LA PREVENCIÓN AL CUIDADO.- Hace unos días se conmemoró el Día Internacional del Prematuro, una fecha que no debería pasar desapercibida porque representa la lucha silenciosa de miles de bebés que llegan al mundo antes de tiempo. No es solo un día simbólico: es un recordatorio de que nacer prematuro significa iniciar la vida cuesta arriba, y que cada uno de ellos merece cuidados especiales, oportunos y constantes. Un bebé prematuro es aquel que nace antes de las 37 semanas de gestación. A primera vista son pequeños, frágiles, a veces tan diminutos que caben en la palma de una mano. Pero esa fragilidad no es debilidad, sino urgencia: sus pulmones aún no están listos para respirar con fuerza, su corazón late acelerado, su piel pierde calor en minutos y su sistema inmunológico no sabe defenderse. Un resfriado simple puede convertirse en una batalla; una infección leve puede ser un riesgo. Cada minuto cuenta. La prevención del parto prematuro empieza mucho antes del nacimiento. Comienza con la salud de la mujer: buen control del embarazo, vigilancia de la presión arterial, control de la glucosa, tratamiento de infecciones urinarias, manejo de la anemia, apoyo nutricional y emocional. Cada consulta prenatal es una oportunidad para evitar un nacimiento anticipado. Cuando una mujer recibe atención digna y temprana, las posibilidades de que su bebé llegue a término aumentan significativamente. Pero cuando el bebé nace prematuro, la historia apenas inicia. Estos niños requieren calor, vigilancia, alimentación delicada, un ambiente limpio y, sobre todo, personal capacitado. Sus pulmones a veces necesitan surfactante por su inmadurez; sus intestinos requieren leche materna en pequeñas cantidades; su corazón debe monitorearse; su respiración debe cuidarse para que el oxígeno sea su aliado y no su agresor. Una incubadora puede hacer la diferencia. Un médico o enfermera neonatal bien entrenada puede salvar una vida en segundos. El método canguro (el contacto piel con piel entre madre e hijo) es uno de los avances más humanos y más poderosos de la neonatología moderna. No cuesta nada y lo da todo: regula la temperatura, estabiliza la respiración y el ritmo cardíaco, ayuda al sueño, fortalece el vínculo y reduce complicaciones. Es literalmente un medicamento natural. La leche materna, especialmente el calostro, es la primera vacuna del prematuro. Protege contra infecciones, favorece el desarrollo del intestino y nutre aunque sea en gotas. Cuando la madre no puede alimentar directamente, la leche extraída se convierte en una herramienta de supervivencia. No hay fórmula que la iguale. Los prematuros requieren después un seguimiento continuo: vigilancia del crecimiento, evaluación del desarrollo, atención a la visión y la audición, detección temprana de parálisis cerebral o problemas motores, vacunación completa sin retrasos, y acompañamiento emocional para la familia. Un prematuro no es un bebé “normal pero pequeño”. Es un niño con riesgos particulares que pueden prevenirse si se atienden a tiempo. Como sociedad, debemos entender que cada bebé prematuro representa una vida que se puede salvar. Requiere instituciones fuertes, personal capacitado, equipos adecuados y familias acompañadas. Necesita apoyo, no prisa; cercanía, no abandono; vigilancia, no indiferencia. El Día Internacional del Prematuro nos recuerda que detrás de cada incubadora hay un futuro que espera oportunidades. Que detrás de cada bebé diminuto hay padres llenos de miedo, esperanza y amor. Que cada niño que sobrevive a la prematuridad es un triunfo de la ciencia, de la familia… y del corazón. Cuidar un embarazo, proteger un recién nacido y dar seguimiento a un prematuro no es un gesto médico: es un acto de humanidad. Un bebé que llega temprano no está destinado a perder la batalla. Solo necesita que nosotros hagamos lo que nos toca.
DON CHIMINO.- La semana pasada les patiqué que como que pareciera que ya me anda rondando el alemán. Ya se me olvidan algunas cosas y, como ahora todo podemos preguntarle a la interrebolencia artificial, lo hice y me contestó que es normal, que dende los 55 a 60 años cambia dentro de nuestro celebro algo que le mientan “velocidá de procesamiento y memoria de trabajo” que, asegún, es la memoria “de uso diario”. Que es algo natural y le pasa hasta a la mitán de las personas a esa edá. Que si no queremos alemanarnos, tenemos que dormir bien, hacer ejercicio, que óigamos bien, que sino, que váyamos a checarnos y si se necesita un aparatito pa oyir, que nos los póngamos. Que cuídemos l´azúcar, la presión y el jodesterol, qué léamos, que patíquemos y que juéguemos rompecabezas, memoriama, cruzigrama, que, asegún, son juegos mentales. Ya con eso me quedé tranquilo porque, eso de paticar y ler, que dice que es bueno qué hágamos, se me da de por sí. Pero bueno, les seguiré paticando: ese día que llegué patinando pa´subirme al avión porque se me ´bía olvidado mi credencial de eleptor, juimos yo y mi Puchunga a Guatulco, Goajaca. Salimos de la terminal 2 y en una hora y media llegaríamos. A mí deporsí me da harto cus cus subirme a un avión, la subida y la llegada me ponen de ñervios. Me sudan las manos como tamal recién sacado de la vaporera. Me persino una vez con la mano y cuando se encarrera no dejo de rezar pa que no pase nada. Ese aeropuerto del Benemérito de las Américas, ta pegadísimo a las casas y unidades habitacionales que casi pasa la panza del avión pegando con los techos. Esa vez, el pinchi avión se encarreró y se encarreró y seguía encarrerado y nomás no alevantaba el pescuezo. ¡Ay padre mío! ¡Que se alevante ya! ¡Que se alevante yaaa! Imploraba yo en silencio mirando como corría por la pista como coche de carreras vuelto madre. Cerré mis ojos esperando el chingadazo y ¡uf! De pronto se elevó apenitas por arriba de los edificios y respiré tranquilo. Mi Púchun me arriendó a ver, agarró mi mano empapada de sudor y me dijo: –“Ay Chimi, debes tener fé en Dios. Es rarísimo que le pase algo a un avión. ¿Por qué pues mero a tí y a mí nos iba a pasar?” Me lanzó una mirada piadoza y se recargó en mi hombro. Al ratito pasaron por el pasillo en un carrito repartiendo cacaguates y galletas, luego enseguida pasó otro repartiendo bebidas, miré que un señor que iba alelante de nosotros pidió un tequila con sangrita y se lo despacharon. Como me tocó ventanilla le pedí a mi Púchun que me pidiera un mezcal, que si no tenían que entonces una cerveza. Ella pidió café y no sé ni cómo pero, al no tener mezcal, le dieron dos cervezas de diferentes marcas. Yo dije, pues bueno, se agradece el detalle y me quedé con las dos. El croglema jue que, como no me dio tiempo ir a miarbolito antes de subirme al avión. Me terminé una cerveza y, cuando iba a la mitán de la segunda me empezaron a dar ganas de ir a hacer pipí, asina que mejor ya no me la tomé. Ni modos pensé, onde que taba re buena. Cuado faltaba como media hora pa´llegar las ganas jueron cada vez más, y más. Tábamos en asientos poco más atrás de medio avión y pensé, orita le pido a mi Púchun y al julano que taba en el asiento del pasillo que me dejaran pasar pa´ir al baño pero, mero cuando se los iba a decir, que anuncian por las bocinas del avión que íbamos a entrar a zona de turbulencia, que nos abrocháramos los cinturones, que taba prohibido pararse o ir al sanitario. ¡Uh tamales! Dije para mis adentros. Y sí, empezó a medio zangolotiarse el avión, como esos carros de súper que le falla una llanta. Cada como sacudida hacía que más ganas me dieran de la pis, tonces, con mucho cuidado pa´ no hacer ruido y se dieran cuenta, solté el cinturón de seguridá, aflojé lo más posible el cinto de mi pantalón, desabroché el botón de arriba, bajé el cierre de la bragueta a la mitán y, ¡ah!, sentí un alivio que por unos minutos me sirvió. Pasando el sangoloteo, otro mensaje, que ya tábamos a punto de aterrizar, que no se parara nadien y yo, con doble ñervio, que ya íbamos a aterrizar y que, nuevamente, las ganas de hacer pipí arreciaban y… ¡híjoles! Ya me rete colgué, áhi nos pa l´otra, graciotas.
