Por: José I. Delgado Bahena
Esta noche es la quinta en que me encuentro solo, en casa, sin Martha Elena, mi mujer; ni Paulinita, mi pequeña hija, mi adoración, mi razón de vivir.
Ella, mi mujer, se fue de la casa por un video que le mandaron de algo que pasó después de la final de futbol, de primera fuerza, en los campos deportivos, donde estuve en compañía de Minerva, mi compañera de trabajo que, a decir verdad, siempre me ha gustado y, al parecer, indiferente no le soy. Tal vez por eso, Mine aceptó acompañarme al juego, donde nos juntamos con Fede, otro compañero del centro comercial donde laboro desde hace dos años y con quien hacía pocos días que habíamos entablado una seria amistad.
En realidad, yo estaba muy molesto porque Martha Elena no quiso acompañarme; me habría gustado mucho ir con ella y mi Paulinita; pero, como no quiso, pues me atreví a invitar a Mine.
“¿Por qué me invitaste, Alberto?”, me preguntó mi amiga mientras “Kalusha”, nos destapaba la tercera tanda de cervezas.
“Porque hace como dos meses dijiste que si tu equipo, el Tamarindos, llegaba a la final, te gustaría venir, solo por eso”, le contesté al tiempo que le hacía señas a Fede para que le tomara a su cerveza.
En esos momentos, el Tamarindos anotaba el segundo gol de los tres con los que ganaría el campeonato al Nueva Alianza, lo que fue motivo de júbilo para Minerva y la llevó a una reacción espontánea: me abrazó.
Al sentir lo voluminoso de sus pechos sobre mi brazo izquierdo, sentí que varias hormigas recorrían mi entrepierna. Para disimular, le di un gran trago a mi cerveza y le dije salud a mi amigo Fede.
Durante el descanso del partido, Martha Elena tuvo la ocurrencia de llamarme a mi cel, pero con los gritos y las porras poco le pude oír; solo entendí: “Voy con mi mamá”. En esos momentos pensé que solo me avisaba para que la fuera a traer en casa de mi suegra. La verdad, me extrañó, porque sabe bien que su mamá y yo no congeniamos mucho.
Ya en el segundo tiempo, el jugador Peña anotó el tercer gol del marcador definitivo y así quedó el resultado para declarar campeón al equipo de Mine.
Para ese momento ya nos habíamos tomado como siete cervezas cada uno y, como nos quedamos a la ceremonia de premiación, todavía nos tomamos otras dos.
Con el campeonato del Tamarindos, ella se sintió eufórica y nos invitó, a Fede y a mí, a su departamento que renta con su amiga Lilia, quien trabaja en otra tienda de la competencia.
Fede solo nos acompañó un rato, y después, con no sé qué pretexto, se fue y me dejó con las dos amigas.
Para entonces, Lilia había puesto sobre la mesita del centro de una salita que tienen en el depa, un pomo de tequila que en unos cuantos tragos le bajamos casi a la mitad.
Sinceramente, hasta ese momento me acuerdo bien de lo que pasó. Cuando desperté, y vi mi reloj, eran las cuatro y media de la mañana. Como pude, me vestí y advertí que en la misma habitación se encontraban Lilia y Minerva, medio desnudas, lo que indicaba que en algo habíamos participado los tres.
Sin despertarlas, salí del edificio y, ya en la calle, caminé unas dos cuadras, hasta que apareció un taxi que detuve para que me llevara a mi casa.
Al llegar, y encontrar las luces apagadas, cuando Martha Elena me dejaba siempre al menos la de la calle encendida, me entró una sospecha que me hizo desaparecer la borrachera que aún llevaba.
Efectivamente, al entrar comprobé lo que supuse: no había nadie en la casa. Sobre la mesa del comedor encontré una nota en la que me decía que hubo alguien que le había informado, esa misma tarde, que yo estaba muy entretenido con mi compañera Minerva, que no me preocupara por buscarla, que se quedaría con su mamá y que luego iría por sus cosas.
En ese momento pensé que solo era un capricho y que al día siguiente la convencería de que regresara a la casa.
Me dispuse a descansar un rato ya que ese día entraba a la tienda a las ocho de la mañana.
Estaba a punto de salir hacia mi trabajo cuando me llegó un mensaje de Martha Elena. Era un video donde nos veíamos Lilia, Minerva y yo en plena gozadera sexual. Evidentemente, alguien se lo mandó a mi mujer y ella me lo reenvió. Con eso me quedó claro por qué Martha Elena se fue con su mamá. Solo espero que entienda que fue un momento de borrachera y me perdone.
