Por: José Eduardo Cruz Carbajal

“Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías…”
Rut 1:21


Ciudad de México, Septiembre 3.- La muerte de un hijo. El suceso más devastador que un padre puede vivir: El peor dolor, de todos los dolores, de acuerdo con la experiencia de muchos de mis pacientes. Tal suceso se vive como algo inesperado, algo que no es natural, algo que no debería suceder. He escuchado muchas veces lo siguiente: Un hijo no debe morir antes que sus padres, ¿Dónde está ese libro? Yo no lo he leído, todo lo contrario, en estos años he acompañado todos los días a muchos padres que reciben lo que yo definiría como la peor noticia de sus vidas: Su hijo ha muerto. Ni siquiera puedo imaginarme todo lo que se rompe en su interior, quizá muchos planes, muchas ilusiones, me atrevería a decir que una parte de ellos muere juntamente con su hijo.

Los he visto llorar desconsoladamente junto a la cama de ese hijo, sea éste un bebé, un niño en edad escolar, un adolescente, o un adulto, el lamento brota de un corazón desgarrado, vienen muchas preguntas, sin embargo, se tienen pocas respuestas, ellos no encuentran consuelo inicialmente, lo único que quieren es tener a su hijo de regreso, lo quieren a su lado, lo quieren con ellos, no lo quieren lejos de sí. La mayoría de ellos son personas con mucha fe, por fe saben dónde está su hijo, pero también en sus sentidos naturales saben dónde no está.

Lejos de recibir un consuelo genuino, muchas veces lo único que reciben son palabras vacías, palabras huecas, las cuales no sanan su herida sangrante y profunda, escuchan sugerencias acerca de lo que deberían hacer o no hacer, acerca de los lugares a los cuales deberían ir o no ir, acerca de cómo se deberían de sentir y cómo no se deberían de sentir, una cosa es cierta, los días, las semanas, los años siguen pasando, pero para ellos el tiempo se ha detenido, cuando su hijo vivía eran unos, ahora en su muerte inevitablemente son otros.

Tras la muerte de un hijo los padres tienen el reto de aprender a vivir con la ausencia de una parte de ellos mismos, el camino de ese aprendizaje puede tornarse oscuro, vacío y algunas veces hasta retorcido, la ausencia la padecerán toda la vida, comprenderán que por más hijos que tengan, la presencia del hijo fallecido es única, nadie podrá jamás reemplazarlo.

Ya no cuentan con la presencia física de su hijo, pero una cosa es cierta: Ellos siguen siendo padres, ya que ser padre es un cargo que se asume desde el momento del embarazo, hasta un más allá de la muerte. Ser padre: Un cargo vitalicio para el cual nunca se estará incapacitado, únicamente la manera de ejercer la paternidad en la muerte de un hijo cambiará. Ya no estás conmigo, ahora estás en mí.

*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo con estudios en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com

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