Por: José I. Delgado Bahena

Desde que me vine de Toluca no había encontrado a alguien con el tono de voz que encontré en esta persona hace unos días.


De por sí, mi fijación por la tesitura de la voz en una mujer era lo que me llevaba a clavarme en sus piernas, en sus pechos y en sus ojos; desde que pasaba eso no lograba arrancármela hasta que teníamos sexo.


Esa condición para que yo me fijara en una mujer la reconocí cuando estudiaba en la UNAM mi carrera de arquitectura. Las novias que tuve lo fueron solo porque me atraían primero con el vibrato de su voz.


El tono de una voz cantarina ejercía en mí, y aún lo hace, un trance inesperado que me lleva al éxtasis y me estremezco como un adolescente ante su primera experiencia sexual.


Por eso, desde que estudiaba la carrera, me dije que yo tendría que ser maestro en los niveles medio superior y superior, para estar en contacto con las chamacas.


Así que, cuando mi tío Hernán me invitó a que me viniera a dar clases de matemáticas en una prepa de Iguala, no lo dudé y acepté. “Tienes el perfil”, me dijo, “y si no lo tuvieras, te lo inventamos: en Guerrero se puede hacer todo para que alguien trabaje de maestro.”


Desde que llegué me di cuenta de que había muchas mujeres hermosas y, más que nada, me fijaba en el tono de su voz. Así fue cómo encontré a Lulú y le pedí que fuera mi esposa.


Ella era mi alumna y venía desde Taxco a estudiar; pero, como no iba muy bien, cuando terminó la prepa tuvo que regresar a recursar mi materia y a hacer exámenes extraordinarios. De esa manera nos hicimos amigos, después novios y luego esposos.


Sinceramente, yo estaba enamorado de ella. Le llevaba solo nueve años de diferencia y no tuvimos problemas para casarnos y tener tres hijos: dos hembras y un varón, el mayor.


A pesar de estar casado, y de los hijos, yo seguí enamorando a las chavas que me atraían por tener una voz peculiar, diferente, única y, a varias de ellas, con la promesa de ayudarles en sus calificaciones, las llevaba a pasear y, cuando se podía, teníamos relaciones sexuales.


Pero me di cuenta que podía conseguir no solo placer sexual; los chavos que andaban necesitados de puntos se acercaban a mí y me ofrecían dinero y hasta botellas de licor. Yo aceptaba todo eso con tal de ayudarles y que ellos me ayudaran con mis gastos, porque Lulú me exigía más dinero; “porque los muchachos están creciendo”, me decía.


Entonces, para disimular mis salidas con las muchachas, me tomaba unos tragos de los pomos que me daban y llegaba a casa diciendo que me había ido con los amigos a tomar la copa. Bueno, en algunas ocasiones sí me ibaa la cantina con los compañeros de la prepa, sobre todo los jueves de pozole. Ese día era obligado y hasta el director se iba con nosotros a “La Lupita”, donde hay travestis que daban show, y algunas veces hasta cantábamos con el karaoke.

Entonces, me fui aficionando a la bebida y he llegado a tener algunos percances en mi auto que hacen que mis hijos se preocupen por mí. Incluso Luis, el mayor, quien estudia en la Universidad de la Región Norte, me ha ido a buscar para llevarme a la casa. En ocasiones me encuentra con alguna chamaca, pero es discreto y se ha convertido en mi cómplice. Además, él me confesó un día sobre su preferencia sexual y me dijo que, de plano, las mujeres no tenían nada qué hacer en su vida. Yo lo entendí, lo comprendí y lo acepté como es; por eso él también me apoya, y porque se da cuenta que su madre y yo tenemos muchos problemas.


Pero lo que pasó en esta ocasión me ha hecho reflexionar sobre lo que quiero hacer de mi vida ahora que, a mis cincuenta y dos años, aún puedo tomar decisiones.


Como en la escuela donde trabajo también tenemos el sistema abierto para estudiar la prepa, hace una semana me tocó aplicar el examen de fin de curso a los alumnos que ya son adultos y necesitan aprobar mi materia para obtener su documento. Entonces, algunos de ellos, para asegurar su calificación, me ven unos días antes y me piden ayuda. Yo les digo que es a cambio de dinero, nos arreglamos y tomo nota de sus nombres para hacer que aprueben.


En esta ocasión, uno de ellos: Manuel, me dijo que, por su trabajo, no podría ir a presentar el examen; yo le pedí que enviara a alguien para que simulara su asistencia, ya que a veces llegan los de contraloría a verificar que todo se haga correctamente. Estuvo de acuerdo y me dio un sobre con la cantidad que acordamos.


El día del examen, cuando estábamos a punto de iniciar y solo faltaban Manuel y Alejandra, otra chica que venía de Tomatal, yo me encontraba en la puerta viendo hacia el interior del salón, cuando una voz, jamás escuchada, entre tenor y soprano, me habló como deslizando sus palabras por mi espalda hasta incrustarse en mis oídos haciendo que me ocurriera una leve erección que me recordó mis épocas de púber.


“Prooofeee, vengo a presentar examen”, escuché. Yo pensé que era Alejandra y me dije que, sin lugar a dudas, algo bueno tenía que pasar entre ella y yo.
Al voltear, me encontré con un chico como de veinte años, amanerado, vistiendo un pantalón entallado y una playera rosita, que me decía: “Estoy aquí por encargo de Manuel, usted dígame dónde me siento”.


“¿Cómo te llamas?”, le pregunté entre titubeante y nervioso.


“Edwin”, me contestó con esa vibración de su voz que me hacía pensar en los ángeles cantando, “por queeé?”


“Por nada. Por favor, escribes tu número de teléfono en el examen para que te avise si hubo algún problema”, concluí con la esperanza de que no notara mi emoción al suponer que pudiéramos tratarnos para ser, al menos, amigos.


Así fue. Desde entonces, hemos estado saliendo. Yo lo hago para seguir disfrutando el tono de su voz; él, parece que tiene otras intenciones. No creo que pase nada; pero, quién sabe…