Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Julio 5.- Profesar una fe ideológica, un Partido Único, una posmoderna ortodoxia, una unilateral visión de la vida, un radical progresismo, deviene en un fundamentalismo cuasireligioso que erige un secular y peligrosísimo Templo del Pensamiento y la Moral Única al cual acuden a su profana misa aquellos que oscuramente quieren borrar el derecho a disentir.


Quien se atreva a apartarse de sus dogmas en economía, política, historia, lógica, sociología, derecho, biología, ética y muchos etcéteras, es un potencial reo de la orwelliana Guardia Nacional del Pensamiento que han creado: vigila y castiga discursivamente, señala, cancela, penaliza, fiscaliza, adjetiva con palabras etiqueta para patologizar al otro: con sus actos de habla, y sabedores o no de su performatividad, crean hombres de paja, envenenan el pozo del discurso del disidente por haber caído en horrida blasfemia al no haber adorado al dogma oficial, con la triste diferencia de que no hay purgatorio que los salve. Como en la época del papa León X, no hay moneda que entre al cofre y al caer libere el alma del purgado. La condenación es total.

Defino al derecho a disentir como la capacidad inherente a nuestra naturaleza racional para no asumir, profesar y modelar ciertas convicciones intelectuales o morales por considerarlas incorrectas en sus diversas dimensiones intelectivas (conceptual, proposicional, metafísica) e incompatibles con nuestro personal proyecto de vida. Aparejado a ello es sustancial la argumentación en su faceta de refutación: el derecho a disentir está incompleto si no se expresan las razones por las cuales se difiere y si no hay libertad para hacerlo.


Dentro de las teorías contemporáneas de la argumentación es la pragmadialéctica de Van Eemeren y Grootendorst la que tiene como punto de partida la “diferencia de opinión”, es su razón de ser, su condición sin la cual no puede haber un intercambio de razones. Ejemplo luminoso de que negar el derecho a disentir y cancelar a los disidentes significa anular vastos campos del conocimiento.


Una extraña paradoja se cierne sobre nuestro vertiginoso tiempo. En nombre de la verdad, la inclusión, la justicia, los derechos humanos, la tolerancia, la pluralidad, la libertad de expresión, la libertad de pensamiento y la dignidad se pueden cometer los más atroces ataques al derecho al disenso.
El derecho a disentir tiene consecuencias trascendentales. En la Divina Comedia de Dante Alighieri, cuando el poeta llega a la ciudad doliente acompañado de Virgilio, horrorizado y lloroso por los demoniacos suspiros, quejas y profundos gemidos que escucha, se atreve a preguntar:


—Maestro, ¿qué es lo que oigo, y qué gente es ésa, que parece doblegada por el dolor?


Virgilio le responde que son todos aquellos que no disintieron ni a favor ni en contra de Dios, son “el coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios”. Más patético es el libro de Apocalipsis: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”


Estos relatos revelan una verdad profunda: no debemos permanecer indiferentes en los grandes temas, debemos ensayar nuestra capacidad de disentir, con pasión, resistencia, argumentos, firmeza y valentía.
Nada me llenaría más de alborozo que alguien disintiera de lo que acabo de escribir líneas atrás.

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