Por: Carlos Martínez Loza
Iguala, Guerrero, Abril 5.- Hacia 1838, el profesor de la Universidad de Harvard Levi Hedge propuso la siguiente regla para una controversia honorable:
“Toda tentativa de engañar a un adversario por artificios sofísticos, o de debilitar la fuerza de su razonamiento por el humor, la chicana o la ridiculización es una violación de las reglas de la controversia honorable”.
La observación es justa. En la controversia diaria se multiplican en ejemplos varios una ilusión: un razonamiento se puede debilitar humorando, humillando o ridiculizando a la persona que lo emite.
La devoción por esa ilusión puede llevar pensar que se ha refutado el enunciado “El todo es mayor a la parte”, exaltando que su enunciador es cobarde, fanático religioso, vegetariano y un despreciable conservador. Se finge argumentatividad donde solo hay vulgaridad y sucias aguas de elocuencia.
Christian Plantin reprueba el teatralismo e histrionismo discursivo: aquel que no repara en sus formas para captar a un auditorio. El argumentador puede valerse del discurso ‘ad captandum vulgus’, un discurso hecho para acercar al público, haciéndolo reír a expensas del adversario. La ilusión de que un razonamiento se puede debilitar humorando o ridiculizando hasta la vulgaridad a la persona que lo emite puede ser compartido incluso por el auditorio.
Sin embargo, hay un humor e ironía elegante que se opone a lo vulgar. Aristóteles y Cicerón supieron de la risa como un arma retórica, que contribuye a la persuasión por medios psicológicos. Por su parte, Laurent Pernot nos plantea un problema filosófico para la risa: sirve para criticar los vicios, pero presenta el problema de la conveniencia, de la mesura, el decoro. Una anécdota que pone como protagonista a Sócrates da cuenta de un humor sutil: alguien advirtió una vez al filósofo de que un vecino suyo había hablado mal de él. Sócrates se limitó a responder “No me extraña que hable mal de mí porque nunca aprendió a hablar bien”.
También en los literatos hay finísimo humor. En Roma, un periodista intentó provocar a Jorge Luis Borges con una pregunta:
—¿En su país todavía hay caníbales? – Preguntó el periodista.
—Ya no. Nos los comimos a todos –respondió Borges.