Por: Álvaro Venegas Sánchez
El año 2024 va a perdurar mucho tiempo en la memoria de los mexicanos. Fue el último del sexenio de un presidente de la República que hizo posible lo que parecía imposible. Que trabajó 16 horas diarias de lunes a viernes y los sábados y domingos en vez de descansar visitaba los estados para cerciorarse del alcance de los programas y políticas de su gobierno, escuchar y comunicarse con la gente. Sin duda, un sexenio paradigmático; es decir ejemplar en varios sentidos comparándolo con aquellos que lo antecedieron cuyos mandatarios se dieron vida de lujo y distanciaron del pueblo.
Andrés Manuel López Obrador, el provinciano, el indio pata rajada, el ignorante, el que no habla de corrido, que nada más estudió en la UNAM y no hizo ningún posgrado en institución extranjera, el que, según, sería un peligro para México y tantos otros atributos que le endilgaron, demostró que con un político honesto y profunda vocación social era posible iniciar la transformación para sanear la vida pública. Rompió esquemas impuestos a conveniencia. Sus malquerientes, acostumbrados a gobernantes a modo, reaccionaron viendo en él amargura y revanchismo. Peor aún, descalificaron toda acción de gobierno considerándolas ocurrencias inviables y viles caprichos.
La suspensión de la construcción del aeropuerto en el lago de Texcoco y la decisión de construir el AIFA en Santa Lucía, un claro ejemplo. Después el Tren Maya. Lluvia de amparos para impedirle hacer “sus caprichos”. A pesar de todo, el legado de AMLO es enorme y su ejemplo trascendió a otros países. En su sexenio el peso no se devaluó, el salario mínimo aumentó como nunca lo hicieron gobiernos priistas y panistas “porque era inflacionario”, se recuperó la participación mayoritaria del Estado en la generación de electricidad, combatió el robo de combustibles, a los pueblos yaquis devolvió 50 mil hectáreas de tierras, creó la pensión universal para adultos mayores de 65 años y para personas con discapacidad así como becas para los estudiantes de bachillerato.
Además del Tren Maya construyó el Tren transístmico, la refinaría Dos Bocas y abolió privilegios como el avión presidencial, los seguros de gastos médicos mayores a costa del erario, viajes excesivos e inútiles al extranjero sobre la base de que “la mejor política exterior es la interior”, redujo los sueldos excesivos para altos mandos de la administración pública, canceló la condonación de impuestos a los llamados “grandes contribuyentes”, eliminó la partida secreta que usaron a discreción otros mandatarios, quitó las pensiones millonarias a los expresidentes, redujo el número de pobres y la desigualdad, etcétera, etcétera.
Para comunicarse y ser comprendido, en las mañaneras y los recorridos de fin de semana López Obrador prescindió de eufemismos y tecnicismos neoliberales. Infinidad de ocasiones, apegándose a la historia, explicó el sustento ideológico y político de la Cuarta Transformación empleando frases que hizo famosas e inolvidables: “Me canso ganso”, “La mafia del poder”, “El pueblo es sabio”, “Callaron como momias”, “Ambiciosos vulgares”, “No tienen llenadera” “Abrazos no balazos”, “¿Quién pompó”, “¿De parte de quién”, “El que se aflige se afloja”, “El pueblo pone y el pueblo quita”, “El ejército es pueblo uniformado”, “Amor con amor se paga”, entre muchas otras.
Será perdurable 2024 por otra razón especial. Ni más ni menos porque en las elecciones del 2 de Junio, 36 millones de ciudadanos decidieron con su voto que, por primera vez, gobernara una mujer y, a partir de 1 de octubre, Claudia Sheinbaum Pardo, es la presidenta de México.
Justo ayer ofreció un informe sobre los primeros cien días de la administración que encabeza. Del talento, talante y compromiso para edificar el segundo piso de la transformación hablan varias encuestas que indican aprobación y gran confianza popular. Los que especulan, procuran generar dudas y en el fondo desean que fracase son menos y de hecho los mismos que afirman que AMLO en un sexenio destruyó lo que en décadas costó tanto construir a los mexicanos: un Poder Judicial corrupto, fideicomisos opacos, organismos autónomos inútiles, un FOBAPROA, convertir bienes públicos en privados, etc.
El gran reto de Sheinbaum no es consolidar la transformación. Son los presagios anunciados en el vecino país del Norte, que podrían tomar forma real a partir del próximo 20 de enero. Donald Trump no ha hecho juego de palabras; éstas reflejan su pensamiento e intenciones y es difícil predecir hasta dónde podría llegar ya empoderado, luego de convertirse en el primer presidente de Estados Unidos condenado y sentenciado aun cuando no pise la cárcel. Sobran motivos entonces para que 2024 permanezca en la memoria colectiva.
Iguala, Gro., enero 13 del 2025